La euforia del año nuevo (y su ‘nuevo comienzo’) duró poco —casi nada—; hace unos días, la gente celebraba las posadas, la Navidad, la fiesta de “2022, ¡sorpréndeme!”, un oasis bien merecido tras meses y meses de pandemia, crisis económica, educativa, social, de empleo…
Las cosas no iban tan mal, pero la realidad siempre alcanza. Inicia la primera semana de enero y con ella el retorno al mundo laboral y a las clases, con la novedad del aumento de precios en productos esenciales, las deudas del fin de año (y todavía faltan los Reyes Magos) y los nada simpáticos pagos de impuestos estatales y municipales.
Aunque los deseos de un cambio de época siempre son los mejores, no es nada agradable sumar nuevas obligaciones al bolsillo de la economía queretana.
No solo se incrementó el costo del refrendo vehicular —ya más del doble desde que nació el programa hace unos ayeres— sino que llega ‘junto con pegado’ a la obligación de pagar nuevas placas; más de mil millones esperan recaudar con el nuevo gravamen.
El auto en Querétaro no es un lujo; es una necesidad en una ciudad en donde el talón de Aquiles es, desde hace muchos años, el transporte público digno y de calidad. ¡A hacer el cochinito! Que la resaca económica, junto con la cuarta ola de COVID-19, llegó antes de terminar con el recalentado.
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