Los Blanchet
Vivimos tiempos en los que la palabra, en términos de veracidad y honorabilidad, no vale nada. No es que la mentira y el engaño no hayan sido profusamente socorridos en el pasado; el asunto es cómo, en tiempos en los que los datos y la información están disponibles para todos y a un clic de distancia, se falta a la palabra en el ámbito público y político sin el menor empacho. Pero sí hubo épocas y sociedades que se regían por el dicho, se honraba la palabra y se cumplían los compromisos manifestados a través de ella, aun cuando no se pusieran por escrito. Era a través de ella que cada individuo se jugaba el prestigio o lo perdía en un instante con una mentira.
La palabra es la manifestación de la intención o el propósito de la mente consciente y es más poderosa de lo que parece. Con ella se puede crear o destruir, enaltecer o vilipendiar, arruinar o arruinarse a sí mismo. La resultante de la costumbre de faltar a la palabra sobre una base cotidiana es la asfixiante carga de desconfianza y controles que nos autoimponemos en prácticamente todos los ámbitos de la interacción humana: las operaciones bancarias, el cálculo y pago de impuestos o el simple acceso a un condominio o unidad habitacional, en donde nos exigen mostrar nuestra credencial del INE para fotografiarla, y hasta la cajuela nos inspeccionan. La firma de extenuantes y leoninos contratos –que de cualquier manera se incumplen sin recato– o el interrogatorio virtual en el que se nos obliga a reconocer fotos de bicicletas, semáforos o camiones para acceder a portales de servicios digitales.
En el ámbito público y político, cuando los diarios padecían la presión y el control de los gobiernos, era relativamente sencillo para estos bloquear la publicación de los hechos a base de dádivas o simplemente por la fuerza, como el histórico golpe al diario Excélsior de 1976, en el sexenio de Luis Echeverría. Con el surgimiento del internet y sus redes sociales, el ocultamiento de los hechos es prácticamente imposible, y como respuesta a ello, se inaugura en el siglo XXI la era del cinismo y el descaro, en la que los actores de la vida pública niegan aún aquellos sucesos registrados gráficamente y publicados, además de agredir e insultar a los medios y periodistas que los ventilan.
Es vergonzoso que aún prevalezcan viejos dichos populares como “las palabras se las lleva el viento”, “no creas nada de lo que escuches, ni la mitad de lo que veas” o el proverbio oriental: “si vas a creer todo lo que lees, mejor no leas”, síntoma de que nuestra especie no muestra signos de evolución desde hace buen tiempo. Lejos estamos de ser una civilización avanzada y ordenada, en la que ‘todos’ los individuos hacen lo que dicen y dicen lo que hacen. Por ello, el uso del discernimiento y de las no tan nuevas técnicas de validación de la información seguirá siendo indispensable ahora y siempre, por los siglos de los siglos o hasta nuestro siguiente salto evolutivo. ¿O qué opinas, Charles?
Pero te peinas, ‘cuñao’
El gobernador Mauricio Kuri anunció que, a partir del próximo año, se aplicarán en Querétaro las consabidas fotomultas. ¿Es desconocido para los ciudadanos ‘de a carro’ el uso de este sistema? Realmente no, ya que desde hace algunos años se aplican en el Estado de México y en la CDMX, en donde les llaman ‘fotocívicas’, que es lo mismo, pero con un nombre bien ‘Evenflo’.
Este es un sistema muy utilizado en países del primer mundo, ya que es una herramienta importante para prevenir que la gente conduzca a altas velocidades y provoque accidentes de fatales consecuencias. Por otra parte, también es educación, ya que la gente sabe que no necesitará de interpretaciones humanas al momento de cometer una infracción, porque un video o una foto valen más que mil alegatos de tránsito, es decir, valen más que la palabra del conductor o la del chota, pues.
¿Son necesarias la fotomultas en Querétaro?
Aunque no tiene las mismas condiciones viales que la CDMX o el ‘Establo’ de México, la capital queretana ha crecido enormemente, tanto en población como en parque vehicular, lo que requiere de poner atención y manos a la obra en la implementación de estas útiles y avanzadas tecnologías adicionales al ya tradicional alcoholímetro. Existen vialidades altamente peligrosas y conductores con espíritu Fittipaldi, región 4, claro. Piensan que la avenida 5 de Febrero, Bernardo Quintana, los libramientos y el Fray Junípero son una especie de Autódromo Hermanos Rodríguez, en donde se le puede meter la chancla sin piedad. El comportamiento es peor cuando el alcohol corre veloz y abundantemente por el torrente sanguíneo del ‘piloto’ en cuestión.
El sistema de fotomultas cuenta con cámaras de vigilancia, detector de placas y radares de velocidad, lo que lleva a la detección del vehículo que, al cometer la infracción, carga la multa directamente a su cuenta en el pago de la tenencia. En otros países, se determina que, con cierto número de infracciones, le retiran por completo la licencia de conducir. No debemos confundirlo con el trabajo del C4. Este está implementado para la seguridad y vigilancia de la capital, y aunque pueden tener una infraestructura parecida, no están diseñados para el mismo propósito. En el C4 se atiende llamadas de emergencia del 911, cuenta con las herramientas de disuasión de delitos, e información y seguimiento de eventos delictivos, así como detector de placas, entre otros.
El temor es que los ‘mexicans’ somos una cosa del cocol, que no sabemos respetar las reglas, y con eso de que nos encanta protagonizar, somos capaces de todo con tal de salir en la foto (aunque sea fotomulta), y ya nos la ingeniaremos para tener nuestra colección de fotomultas pal´ Facebook. Pero como decía aquel legendario comercial: “¡pero te peinas, cuñao!”.
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