Marcos: 12, 38-44
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes
de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso”.
En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
REFLEXIÓN
Espíritu de sacrificio
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Lo que quiere decir Cristo mediante el Evangelio de hoy, es lo siguiente:
Hay quienes tienen mucho, y dan mucho – pero no dan todo. La pobre viuda tiene poco, pero da todo lo que tiene. Dios no pide poco o mucho del hombre, sino pide a todo el hombre. Cada ofrenda debe ser signo de la entrega del corazón y del Espíritu, signo de la entrega total del hombre.
Y no es solamente una entrega total a Dios, sino también una entrega total al hombre. Tenemos el ejemplo de Elías y la viuda de Sarepta, que nos cuenta la primera lectura de hoy (1Reyes 17,10-16). Le queda a la viuda no más que un poco de harina y de aceite, y se los pide el profeta. Ella no es creyente judía y existe sin duda gente rica en el lugar. Pero ella no se escabulle del encuentro con el otro que le exige lo último y único que le queda para no morir de hambre. Es, sin duda, una enseñanza maravillosa para todos nosotros.
Toda ofrenda tiende a la consagración, y ésta a la comunión con Dios y con los demás. Por eso, el dinero se convierte en maldición y excomunión cuando con él se adquiere la posibilidad de sustituir la propia persona. Es por ejemplo el caso de quien “despacha” al que pide, echándole unos guaraníes para no tener que entrar en comunión con él, mediante unas palabras, un saludo, una atención, una expresión de afecto – que era, tal vez, lo que más buscaba quien pedía.
En ese caso, el dinero es instrumento para producir la excomunión. Se usa del don de Dios para no encontrarse con Él en el hermano. Terrible poder del dinero: ¡lograr mantener alejados a los pobres! El verdadero cristianismo exige que nos pongamos nosotros mismos en juego – ¡y no nuestro dinero!
Un ejemplo extraordinario de ese Espíritu de sacrificio y entrega total encontramos en Jesús mismo. Porque Él vive primero lo que reclama de los suyos. No sólo entrega lo indispensable para la vida, sino que se entrega Él mismo por nosotros. Nuestra redención se realizó por el sacrificio de Cristo, nos recuerda la segunda lectura de hoy (Hebreos 9,24-28).
No es de extrañar, entonces, que el Señor pida ese mismo espíritu de entrega y sacrificio también de todos nosotros, de todos los que quieran seguirle.
Queridos hermanos, creo que todo esto nos invita a un serio examen de conciencia sobre nuestra actitud personal en ese sentido:
- ¿Estoy dispuesto a renunciar no sólo a lo superfluo, si no también si hace falta – a algo necesario, tal como la pobre viuda del Evangelio?
- ¿Estoy dispuesto a entregarme totalmente, es decir, sin reservas, a Dios, a su voluntad y a sus planes?
- ¿Estoy dispuesto a entregarme también plenamente a los hermanos, que más que mi dinero o mis bienes, me necesitan a mí como persona: mi cercanía, mi amor, mi comprensión?
Meditemos un momento sobre todo esto.
MT