Roberto Mendoza
Aún no se acaba la pandemia y el mercado de trabajo en otras partes del mundo está cambiando. El primer impulso de este cambio se dio gracias a que algunos gobiernos decidieron apoyar a su población y dar una ayuda monetaria suficiente para que la gente pudiera sobrevivir y no morir sin ir a trabajar; al mismo tiempo que también se ayudaba a todo tipo de empresas.
En varias partes del mundo, por algunos meses se desató un fenómeno sin precedentes, lo cual explicó muy bien Leo Zuckermann el 3 de agosto pasado: “Muchas personas prefieren no trabajar, declararse desempleados y recibir el subsidio gubernamental. La gente, agotada por la pandemia, no quiere trabajar y prefiere divertirse”. Estados Unidos enfrentó –según cifras del New York Times– un desempleo de gran tamaño. Unas 20 millones de personas se quedaron sin trabajo formal y en algún momento se llegaron a perder hasta un millón de empleos diarios. Hoy, la situación es radicalmente opuesta; se está desarrollado un fenómeno llamado “la gran renuncia”, término atribuido al profesor asociado de Administración de la Universidad de Texas, Anthony Klotz.
“La gran renuncia” es la decisión de más de 11 millones de norteamericanos de dejar su trabajo actual y buscar alguno donde las condiciones laborales sean mejores, donde se les trate mejor, haya flexibilidad para trabajar desde casa sin perder gran parte de su vida en una oficina y además tener un mejor salario.
¿Qué pasa en nuestro país? Primeramente, el Gobierno no quiso ayudar a nadie, se dieron algunos apoyos a algunas empresas que se diluyeron como el agua porque solo fueron 25 mil pesos, se siguieron pagando los mismos impuestos y para el desempleado no hubo, ni hay, ninguna ayuda. El desempleo, aunque ha disminuido, no alcanza a llegar ni siquiera a la cifra del año pasado y no hay esperanza para los jóvenes que quieren ingresar a un nuevo trabajo. Lo que sí ha aumentado es la cifra de personas que trabajan en la informalidad, sin ninguna garantía laboral, con sueldos muy bajos y donde su situación puede variar en cualquier momento.
Platicaba con una amiga que fue mamá durante la pandemia. Gana menos de mil dólares al mes, trabaja de nueve a siete, la semana pasada le dio gripe y de cualquier forma tuvo que ir a trabajar, aun cuando era un foco de contagio para sus compañeros. Ella es uno de los millones de mexicanos que quisieran cambiar de trabajo, pero no pueden, porque no hay. Mientras en el mundo las empresas y los gobiernos están tratando de ofrecer mejores formas, sueldos y trato a los empleados, a sus ciudadanos, en México rogamos por no perder un trabajo mal pagado, sin seguridad y además con la zozobra de quedarnos sin ningún ingreso en cualquier momento. Insisto, aún no se ha acabado la pandemia. ¿Qué hacen el Gobierno, los empresarios y nuestros políticos en este tema? Nada. El propio presidente ha dicho que el pueblo es mucha pieza y aguanta. Mientras en el mundo hay una gran renuncia, en México hay un gran despido y seguimos aguantando.