Javier Esquivel
Las actividades públicas y privadas de la clase política en funciones están cada vez más expuestas y susceptibles a ser ampliamente críticas o capitalizables por sus contrincantes. En este escenario no hay espacio para el error o para la ocurrencia; cualquier distracción puede ser factor para ser mal evaluado.
Ante esta necesidad de competir en un mercado político electoral polarizado y creciente en el intercambio de mensajes de todos los Poderes de la Unión, de los gobiernos federales, estatales, municipales y de los partidos políticos, ha provocado que todos los actores busquen formas para estar presentes e intentar comunicarse con los distintos sectores poblaciones que conforman sus clientelas electorales y públicos clave.
Los mecanismos de comunicación que utilizan ahora en materia legislativa son el uso disruptivo de pancartas, cartulinas, lonas, camisetas alusivas al tema que abordan o quieren promover como si estuvieran en el estadio o salieran de un concierto de rock.
De igual manera, se ha vuelto mala costumbre regalar objetos como libros, detectores de mentiras y libros para dramatizar el momento, incomodar al interlocutor y volverlo viral o mediático.
Si bien todas estas acciones no son nuevas en la vida parlamentaria, tampoco han probado eficacia para alcanzar mayor confianza y aprobación ciudadana. Las más recientes mediciones tanto de casas encuestadoras como organismos de la sociedad civil señalan que el Poder Legislativo, la Cámara de Diputados y Senadores, tiene una calificación reprobatoria en los rubros mencionados y en lo individual, como legisladores, son los actores políticos que más rechazo generan.
Usar nuevas formas tipo guerrilla no pareciera ser la solución. Repetir la fórmula, pero ahora de manera coordinada, donde hombres y mujeres usan la misma playera o toman unificados la tribuna con alguna lona tampoco es augurio de que puedan mejorar en su índice de evaluación. Estas acciones tienen eco únicamente en las redes sociales de sus simpatizantes o para la generación de memes por parte de sus contrincantes.
Hasta el momento, las últimas evaluaciones y mediciones ‘flash’ demuestran que no existe índice de recordación del contenido de las últimas pancartas utilizadas en alguna de las Cámaras o el mensaje de sus muchas camisetas usadas.
Al revisar plataformas de internet y análisis hemerográfico de medios de las bancadas legislativas en San Lázaro, se han detectado al menos 10 acciones similares en los menos de dos meses que lleva la Legislatura.
En redes sociales, la falta de puntería para alcanzar objetivos no es diferente. Sin generalizar, una gran mayoría de los legisladores han buscado generar cercanía con sus audiencias a través de mecanismos que dejan ver un poco de su vida no laboral.
Sin embargo, han proyectado una imagen de gestores gastronómicos de su región o de promotores turísticos y en otros casos desafortunados evidencian su capacidad económica mostrando ranchos, caballos o clubes deportivos donde se ejercitan. No tendría nada anormal mostrar fortaleza económica si no fuera porque un alto porcentaje de la gente encuestada relaciona a los políticos con dinero con valores negativos y más si estos buscan competir por una gubernatura.
Las estrategias de comunicación en materia digital de estos políticos omitieron el principio básico de que el centro de la comunicación es el ciudadano y no los colegas políticos con los que comparten sus imágenes.
El fondo del problema apunta a que con la ‘comunicación de la pancarta’ se desvirtúan los dos ejes básicos de la comunicación legislativa o de Gobierno: la generación de consensos (reducir el disenso) a través de informar y dar a conocer con datos duros y argumentos las razones por las que fundamentan sus decisiones, y el de la mercadotecnia profesional que busca persuadir al público de que la oferta política que se representa o difunde es una alternativa de solución a sus problemas o en el mejor de los casos una mejor propuesta que la presentan sus contrincantes.
Hoy se opta más por lo fácil y lo más llamativo, pero no lo más efectivo para construir imágenes y la percepción de atributos que deben acompañar a un buen legislador, legisladora o gobernante.
Generar rasgos de simpatía, sinceridad y madurez es importante, pero no determinantes para aprobar una gestión de Gobierno o legislativa de tres años. El resolver los problemas, preocupaciones y las más urgentes necesidades de los ciudadanos que representan es la mejor carta de navegación para comunicar una gestión eficiente.
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