Fernando Islas
A lo largo de las últimas tres administraciones federales, los festejos patrios tuvieron un sabor agridulce. Si bien el orgullo de ser mexicano es un incentivo para la conmemoración y el festejo, lo vivido en el país nos generaba un mal sabor de boca en estas fechas.
No es para menos. En el sexenio de Vicente Fox fuimos testigos de cómo el originario de Guanajuato tiraba al basurero de la historia la oportunidad de trascender como un buen mandatario, el primero en no pertenecer a la filas del PRI y sin duda el primer caso en donde la voluntad popular expresada en las urnas se respetó. En la Administración siguiente, encabezada por Felipe Calderón, se conmemoró el bicentenario de la Independencia en medio de una guerra contra el narcotráfico que dejó decenas de miles de muertos y la asociación formal entre el crimen organizado y el Estado mexicano.
Por último, el regreso del PRI en el sexenio pasado hizo que los festejos patrios se convirtieran en una nueva batalla para defender la soberanía nacional. El partido tricolor regresó convencido de concluir los procesos de privatización que iniciaron con la llegada del neoliberalismo a México.
Hoy vivimos un presente diferente, donde se reconocen los pendientes que existen con la ciudadanía y al mismo tiempo se trabaja sin descanso para transformar la vida pública de México. Hoy festejamos con la tranquilidad de que el futuro del país está en manos profundamente nacionalistas, convencidas de que lo del pueblo es del pueblo, porque el pueblo se lo ganó.
Estoy convencido que los próximos tres festejos no solo vamos a conmemorar nuestra independencia, sino que seremos testigos de cómo la reconstrucción de la patria toma forma y de manera organizada se fijan los cimientos de una nueva época para la nación.