Raúl Lorea
El filántropo estadounidense Solomon Robert Guggenheim creó una fundación con su mismo nombre en 1937, con el objetivo de promover el arte moderno. Solomon tenía una impresionante colección que exhibía en su propio departamento, lo que lo llevó a construir un museo que en un principio se denominó Museo de Pintura Abstracta, designando como directora a su amiga Hilla Von Rebay.
Posteriormente, el museo requirió de una sede de mayor capacidad, por lo que se contactó al famoso arquitecto Frank Lloyd Wright, por recomendación de Rebay, quien, a través de una carta, le pidió puntualmente esto: “Quiero un templo del espíritu, un monumento”, y Wright lo entendió así.
Lamentablemente, ni el arquitecto ni el fundador vieron el museo funcionando, pues fue culminado en octubre de 1959, 10 años después del fallecimiento de Solomon R. Guggenheim y seis meses después del fallecimiento de Frank Lloyd Wright.
El Museo Guggenheim, nombrado en honor al fundador, se volvió tan icónico que hoy día es considerado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, por ser una obra representativa de la arquitectura del siglo XX.
Esta interesante alianza entre un apasionado del arte con recursos financieros y un arquitecto genial dejó un edificio emblemático que no solo es un importante recinto para el arte contemporáneo, sino que se volvió un hito de la arquitectura moderna, dando lugar a una serie de importantes museos Guggenheim alrededor del mundo que se vuelven icónicos en las ciudades donde los construyen, de tal importancia que, en México, estuvimos muy cerca de tener una sede.