Roberto Mendoza
Mil días es lo que lleva el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. De ellos, 500 han pasado en medio de una tormenta llamada COVID-19, que no tiene fecha de caducidad y puede complicarse más. Este Gobierno empezó con el pie izquierdo. Víctima de su propia soberbia, pensó que, solo por haber logrado un triunfo innegable, era merecedor de un trato especial y único en el mundo. Estaba tan seguro de que sus deseos se convertirían en órdenes que se sintió con la fuerza de mandar una carta a una centenaria monarquía y a una organización religiosa milenaria para prácticamente ordenarles que pidieran disculpas. En otro arrebato, se aseguró de que el líder de la Iglesia más poderosa vendría a darle legitimidad a las soluciones que querían imponerles a las víctimas de la violencia. No sucedió ninguna de las dos cosas. Hoy tenemos un conflicto ¿ideológico, diplomático, mercantil? reconocido por el presidente con España y un desencuentro de ideas con el Vaticano.
Continúa siendo un misterio qué se quería demostrar al cancelar el aeropuerto que ya se construía en Texcoco, pero se canceló y ahora se construye uno en Santa Lucía. El proyecto de Texcoco llevó años en consolidarse, mucha planeación y una gran negociación política, social y cultural. Seguramente había algo de corrupción, que nunca se comprobó, pero el proyecto era sólido y viable. Hoy tenemos a personas poco capacitadas en los aeropuertos, como ejemplo en San Luis Potosí. El comandante –título solo de nombre– del aeropuerto Ponciano Arriaga es un médico veterinario zootecnista. Otros no tienen ningún estudio profesional como los de Celaya, León, Nuevo Laredo, Ciudad Acuña o Tijuana y otros son oficiales de operaciones como el de Querétaro, según el directorio de autoridades aeronáuticas.
Hoy regresaron a clases algunos niños con el temor de sus padres. Es urgente que regresen todos los niños a los salones; el reto es cómo están regresando y para qué. Vamos a tener un regreso a clases que no será igual para todos. Ya se había comentado en otros años que la desigualdad económica y geográfica era un problema en el desarrollo de los niños mexicanos y en el desarrollo de los profesionales adultos, pero, ahora aunado a eso, tendremos niños a los que les costará mucho igualarse, habrá niños que desaprenderán a leer o tendrán serios problemas con las matemáticas, pero, como la idea es pasar de año a todos, cuando se termine la pandemia habrá niños que terminarán la primaria sin saber ni comprender lo que leen o escriben y otros que no sabrán sumar, restar o hacer un quebrado de manera correcta. ¿Cómo serán nuestros profesionales en 15 años? Me imagino que si hoy se dice que tenemos una generación de cristal la próxima estará irremediablemente rota.
Faltan unos días para la mitad de este sexenio y las cuentas van mal, nuestra economía va mal, nuestra salud va mal y nuestros trabajos se están perdiendo. Solo hace falta ir a alguna plaza comercial y descubrir con tristeza que hay muchos locales que se están cerrando y otros que están rematando las mercancías porque están a punto de cerrar. “Hechos no palabras”, asegura el presidente en sus ‘spots’ del tercer año de Gobierno. Los hechos los sufrimos todos los días; esto no es una transformación ni un cambio para mejorar. Es cierto que el gran reto de estos primeros mil días ha sido la COVID, que se requería un gran hombre, un líder para sortear esta dura prueba y no lo tenemos. Nos faltan todavía otros mil días.