No es para celebrar que la consulta haya sido un fracaso
Roberto Mendoza
La soledad de muchas casillas este domingo me dejó un sabor amargo. Es verdad que no fui a votar, pero también es verdad que fue la primera vez que teníamos la oportunidad de ejercer un derecho ganado con mucho trabajo, negociación política y hasta sangre. Entre todos podíamos pensar en una pregunta que sí fuera importante, pero nos robaron este ejercicio con una cuestión absurda e inútil.
No es para celebrar que la consulta haya sido un fracaso, porque va a ser muy difícil que en los próximos años volvamos a confiar en una propuesta que quizá sí sea relevante, porque vamos a ver miles de voces que, con poca o mucha razón, nos digan: ¿para qué gastamos dinero en saber sobre esta o aquella cuestión si a nadie le importa participar?
Este importante método de participación ciudadana, este ejercicio de democracia participativa, ha quedado en entredicho.
El presidente está muy molesto porque hay muchas voces –sobre todo de padres de familia– que han decidido no mandar a sus hijos a la escuela en contra de la decisión de iniciar clases de manera presencial y cotidiana a partir de septiembre de este año y hasta julio del próximo.
Entiendo a los padres que se preocupan por la salud de sus hijos, mucho más si se ven las cifras de niños que han muerto por esta enfermedad –más de 600– y eso que aún no han regresado a clases. En el momento en que los niños vuelvan a las aulas, muchos de ellos, aun con las miles de recomendaciones que los padres les hagan, dejarán de usar cubrebocas en el aula. Muchos harán lo que normalmente hacen, sobre todo después de más de un año de no ver a sus amigos: gritar, abrazarse, pelearse, compartirse su comida, su ropa, ir al baño juntos, jugar a las luchas, al fut, mojarse, ensuciarse, empujarse, rasparse, pegarse, entre otras muchas cosas; en fin, lo que hacen todos los niños.
Además, hay que pensar en los 131 mil 325 niños que, según la Unicef, quedaron en la orfandad de uno o de ambos padres por la COVID, la vida les cambió de manera radical y en muy poco tiempo ¿contempla el presidente que muchos de estos niños van a necesitar apoyo psicológico? Seguramente, muchos otros tendrán que buscarse nuevos horizontes en escuelas que no eran a las que iban antes de la pandemia, sobre todo si eran particulares. La Asociación Nacional de Escuelas Particulares de la República Mexicana ya anunció, al inicio del año, que 20 mil escuelas privadas han tenido que cerrar, muchas por problemas económicos, incluso con los padres. Entonces, habrá un sobrecupo en muchas escuelas públicas y muchos alumnos estarán desfasados o confundidos con los nuevos métodos y avances educativos; otros simplemente claudicarán y abandonarán sus estudios.
El presidente está preocupado porque tiene un gran abanico de frentes abiertos, muchos con problemas graves que no tienen visos de arreglarse; por ejemplo, no se va a terminar a tiempo el Tren Maya, tampoco la refinería de Dos Bocas. Su popularidad día a día está bajando y su legado se pone a diario en entredicho. Eso es lo que verdaderamente le importa. Está en peligro, porque él sabe que va a dejar un país en un desastroso rezago educativo que difícilmente se corregirá en el futuro cercano. Una generación de mexicanos tendrá problemas para encontrar su lugar profesional en un mundo cada vez más competitivo y globalizado. El presidente, por sus malas decisiones, les ha robado a los niños parte de su educación y de su vida y dejará un país menos avanzado y más desconfiado en instrumentos democráticos como la consulta popular. Tristemente es parte de un desastre, aún más grande por venir.