Abro y cierro los ojos de manera continua, pues no quiero ver los ventanales, las columnas, los accesos y las batas blancuzcas
Lisandro Meza
Qué curioso es el destino y más aún la vida misma, que entre sus matices grisáceos te trata de colorear el alma, dibujando en tu silueta coronaria una melodía de melancolía, tristeza y agradecimiento en un mismo momento y al pasar del tiempo.
Siento un dolor profundo sobre la parte baja del abdomen encauzado al lado derecho. Es constante, es agónico y se recorre por toda la pierna dejándome inmóvil haciéndome encorvar entre las sábanas y cobijas, anhelo encontrar únicamente un momento de serenidad, sin malestar; esas fueron sus palabras al despertar por la mañana y no hay más remedio que encaminarse al inmueble de la esperanza y las malas nuevas.
Abro y cierro los ojos de manera continua, pues no quiero ver los ventanales, las columnas, los accesos y las batas blancuzcas del personal que labora en el lugar. Siento un frío que se incrusta entre mis huesos; percibo en mi piel numerosos escalofríos. En verdad que no quiero, no me gusta, no deseo estar en esta sala tétrica, inclemente y caprichosa de emergencias, esperando un diagnóstico, una noticia que en verdad anhelo que sea alentadora y no desgarradora.
Tiempo, espacio, angustia y silencio es lo único que por ahora siento. Trato de callar ese monstruo del recuerdo. Peleo contra mis impulsos negativos, mas mi alma está inquieta. Las paredes me recuerdan viejos y tristes momentos; sigo sin querer abrir los ojos, pues su ausencia me invade y los monitores instalados en los portavenoclísis me recuerdan su bello y tierno rostro postrados en una cama muy similar.
Llega la persona más ansiada y anhelada, el médico de consulta gastrointestinal y con una sonrisa apacible, calma y juguetona, nos quita la cara alargada y evidentemente preocupada, pues afortunadamente la cirugía no será necesaria. Únicamente una buena dosis de antibióticos, analgésicos, pro bióticos y muchos otros cuidados preventivos serán la rutina diaria de las próximas semanas; inhalo profundo y vuelve en mí la calma; aún te quedas en mis mañanas.
Salgo del cuarto, me dirijo a aquella habitación, y como una urgencia psiquiátrica, como un personaje afectado por un trastorno del pensamiento, del afecto o de la conducta, le hablo a la portezuela; nunca podré olvidarle, nunca sacarle de mi entraña, nunca de mis pensamientos, por siempre entre mis brazos; agradezco tu guía diaria y tu protección en estos momentos, pues tu candidez me sigue a todas partes. Tu sonrisa en mi mente, a cada instante.