El señor Andrés Manuel López Obrador usa algunos preceptos religiosos para condenar libertades
Roberto Mendoza
El presidente, cada vez que puede, ha empezado a inducir una filosofía moral con rasgos no solo filosóficos, sino completamente religiosos. Ha aceptado que profesa la religión cristiana y, cuando considera oportuno, habla sobre los principios de su religión en un claro deslinde al Estado laico y muy cerca de violar los artículos 24 y 130 de la Constitución.
A través de su credo, que si es usado para formar un discurso político, el presidente ataca a los que profesan la religión católica, sobre todo a los que van a la iglesia, confiesan y comulgan; en una clara violación de la Constitución, usando su investidura presidencial para denostar a las personas que de manera libre hacen uso de su libertad religiosa a la que tienen derecho.
El señor Andrés Manuel López Obrador usa algunos preceptos religiosos para condenar libertades que están consagradas en la ley y que son universales, como que cada quien puede hacer con la ganancia de su esfuerzo lo que quiera, incluso tratar de duplicar, si su fuerza física o mental se lo permite, sus ganancias. De esta manera, el presidente critica que cada quien decida la cantidad, forma y uso que le da al dinero ganado con esfuerzo, buscando incidir en lo que llama una justa medianía y criticando a quien aspira a triunfar o buscar acumular poder económico, ya sea a través de la solvencia o el lujo.
En una contradicción pública y notoria, el presidente ha buscado, primeramente con la rifa del avión presidencial, que todo el pueblo mexicano tenga la aspiración de poseer algo que para la inmensa mayoría de nosotros es imposible; sin embargo, los mexicanos somos prácticos, en seguida entendimos que no podíamos poseer un avión, pues de entrada no tendríamos donde guardarlo y nos acarrearía muchos otros problemas técnicos y económicos, así que tuvo que vender unos cachitos de lotería que en la realidad, no tenían como premio el avión presidencial.
El próximo 15 de septiembre habrá otra rifa, esta vez no se rifará el avión, que por cierto nadie compra y todos lo seguimos manteniendo, sin que se use; el premio principal de este sorteo es el palco A-37 del Estadio Azteca, un lujoso espacio para ver cualquier partido, que tiene una vigencia de 44 años y cuyo pago de mantenimiento es de 10 años. Este pago de mantenimiento lo pagaremos usted y yo. ¿Qué ejemplo más claro que el Gobierno pretende buscar que quien compre alguno de los boletos, tenga una ilusión aspiracional? No solo está el palco, sino un departamento en Acapulco con alberca, tres habitaciones y acceso a la playa o una casa en el Pedregal. El Gobierno, con cada cachito, nos vende la ilusión de ser millonario.
A diferencia del palco que podría durarle el gusto de usarlo al ganador, quizá nueve años, si es que continúa Morena en el Gobierno, porque en cuanto haya un cambio de Gobierno y aún sin haber, en cualquier momento, Hacienda podría desentenderse de pagar el mantenimiento; los departamentos y mansiones también pagarán mantenimiento, todos de varios miles de pesos, porque para tener vida de rico hay un requisito: uno debe ser rico, no solo aspirar a serlo. Además, existe el peligro de que algunas de estas casas sean de narcotraficantes y uno gane, en los hechos, un problema más grande.
Por un lado, el presidente regaña a la clase media por aspirar y querer triunfar, pero por otro, vende cachitos de ilusión basado en la aspiración de poder tener automáticamente vida de rico. ¿Es cristianamente correcto este comportamiento? ¿Cuál es la brújula moral del presidente? ¿Dónde y hasta cuando pararán las contradicciones?