Considerando que la velocidad promedio de todo vehículo en Querétaro es de 45 km/h, hay que cuestionarse por qué apostarle a tantas vías rápidas para las pocas personas que las pueden utilizar
Claudio Sarmiento/Consejo Ciudadano de Urbanismo
@ConsejoUrbanQro
El filósofo Zigmunt Bauman caracteriza nuestra obsesión con la velocidad como parte de la “modernidad líquida,” llamada así por el enfoque los flujos constantes (de personas, cosas e información), avances tecnológicos, y eterno desarrollo (tanto económico, como urbano) en las políticas públicas. Los ciudadanos modernos estamos tan obsesionados por hacer más en menos tiempo, que ignoramos los costos excesivos de buscar siempre estas altas velocidades – en el trabajo, en el consumo y en la movilidad urbana.
Poniendo el ejemplo de la velocidad de un automóvil más veloz del año, nos encontramos con que los 455,2 km/h que puede ofrecer su motor es engañoso. Por un lado, son pocas las vialidades en donde se pueden alcanzar estas velocidades; por otro lado, el automóvil que puede alcanzar esas velocidades cuesta $33.8 millones de pesos. Eso quiere decir que, en lugar de que recorramos 10 km en 2 minutos, realmente necesitamos 225,000 días de trabajo (con un salario mínimo) para poder antes comprar dicho automóvil. El académico ciclista Paul Tranter le llama velocidad efectiva.
Podrán preguntarse, ¿para qué necesita uno un vehículo tan rápido? Pues la misma pregunta se puede extender a otros automóviles más modestos, los cuales tampoco necesitan ir a más de 100 km/h y que tardamos años en pagar. Considerando que la velocidad promedio de todo vehículo en Querétaro es de 45 km/h, hay que cuestionarse por qué apostarle a tantas vías rápidas para las pocas personas que las pueden utilizar.