El uso de las encuestas durante este proceso electoral, que inició el año pasado, ha sido de claroscuros y con muchos retos de credibilidad
Javier Esquivel
El uso y efectividad de las encuestas como herramienta para la toma de decisiones en este proceso electoral está en el centro de la discusión de los cuartos de guerra de los partidos políticos y de los centros de estudio que analizan las elecciones mexicanas.
En un ambiente de polarización por parte de los partidos políticos donde el centro de la atención son las ideologías y no el ciudadano, las encuestas de opinión pública pueden ser el único elemento sólido e imparcial para la toma de decisiones.
El uso de las encuestas durante este proceso electoral, que inició el año pasado, ha sido de claroscuros y con muchos retos de credibilidad.
Recordemos que mediante encuestas electorales algunos partidos han decidido sus contiendas internas para definir sus candidatos, lo cual ha generado divisiones ante la falta de transparencia en su metodología.
En el caso de los partidos coaligados, el uso de estos mecanismos de medición de la opinión pública para la elaboración de estrategias de campaña ha sido un reto más que una solución ya que la disparidad de resultados cuantitativos y cualitativos y sus diferentes optimas de interpretación de datos generan opiniones divididas para la generación de mensajes y la selección de canales y medios adecuados para la difusión de una propuesta política tripartida.
Si bien es cierto que hoy en día las empresas que miden la opinión pública han ganado experiencia y ahora cuentan con mayor tecnología, herramientas y mejores profesionistas para el levantamiento de datos, paradójicamente enfrenan la dificultad de acercarse al ciudadano para conocer y procesar sus preferencias. La pandemia simplemente elevó el nivel de rechazo y de voto oculto del ciudadano.
Ese voto oculto fue generado por la polarización motivando más un voto no relevado y visceral, un voto que será decidido de último momento generando que los mecanismos de medición de perfiles tradicionales del votante -que permitían hacer proyecciones o estimaciones de asignación de votos- es cada vez más obsoleto y poco funcional.
Otro de los retos que enfrentan los estudios de opinión pública es evitar la manipulación de su resultados y su procesamiento en medios de comunicación y prevenir que esa masiva difusión influya en el contexto de una campaña electoral en específico, sobre todo en estado como Querétaro donde habrá voto cruzado. Hoy en día incluso se puede tener acceso a encuestas exprés vías aplicaciones celulares, lo que facilita su masificación sin conocer la metodología y el rigor científico de cada una de ellas.
El uso mediático de las encuestas puede motivar el voto útil y favorecer no necesariamente a las candidatas o candidatos a gobernador, pero si influenciar el voto y marcar tendencias para diputados federales y locales.
Estas acciones de manipulación y masificación mediática de las encuestas no solo provocan la guerra de estudios publicitados en redes sociales, sino que abonan a la generación de desconfianza de las casas encuestadoras, y la credibilidad y confianza de las instituciones electores al darse a conocer resultados distintos el día de la elección.
Es menester recuperar la credibilidad de las encuestas, terminar con la utilización política de las estimaciones para que su trabajo siga siendo un instrumento de confianza y no un factor de incertidumbre electoral en el país.
Por ello, es imprescindible que las autoridades reguladoras propicien una mayor calidad y transparencia en la metodología de las casas encuestadoras y la publicidad de los resultados por parte de los medios de comunicación y tener siempre en mente al consumidor de la información: los propios ciudadanos.