Habrá quien confíe en la dureza del voto de su partido, en la fortaleza de sus estructuras y la disciplina de sus militantes para responder estas preguntas
Javier Esquivel
“La militancia está herida, lastimada, dolida y confrontada” “Nuestras bases requieren volver a confiar y cree en sus dirigentes”, “los militantes son la pieza fundamental de nuestro partido” y un sin fin de frases mediáticas que al respecto se pueden encontrar en los discursos de los presidentas y presidentes de partido en cada proceso de selección de candidatos.
Discursos tradicionales que para ellas y ellos forman parte de la “operación cicatriz” para la unidad de la militancia. Sin embargo, las preguntas que surgen ahora son: ¿A qué grado puede funcionar la vieja fórmula de incluirlas solo en el discurso?, ¿Qué tanto estarán dispuestas a pedir y movilizar el voto, sin remuneración por gente que ni de su partido es? ¿Estarán dispuestas a participar sin candidaturas y con un sistema de alianzas que antes se antojaban impensables?
Habrá quien confíe en la dureza del voto de su partido, en la fortaleza de sus estructuras y la disciplina de sus militantes para responder estas preguntas. No obstante, el primer reto de comunicación electoral será generar información útil al interior de los partidos para generar cohesión interna.
El desafío no es menor, recordemos que el ánimo es hoy totalmente diferente a las elecciones anteriores. La polarización ha exacerbado el deseo de los militantes a participar, a vencer en las urnas al rival y a contribuir con la continuidad del proyecto o generar un cambio.
El escenario hoy es otro. El proceso electoral se compite en bloque de partidos y alianzas, es la guerra de las milicias contra las milicias, es la hora de las estructuras que compiten por las gubernaturas, distritos locales y federales y presidencias municipales con excepción legal de los partidos de nuevo registro.
El frenar de súbito esas inercias de más de 10 millones de militantes de todos los partidos -sin razones moralmente válidas- generan vacíos, descontentos, acentúan el desencanto por la falta de cumplimiento de las expectativas de sus dirigentes e invitan a la paralización partidaria.
Cabe subrayar que la mayor motivación que tiene un militante en México no solo es ideológica, lo mueve la esperanza, el deseo y la aspiración de ocupar en algún momento un puesto de elección popular y, sin este aliciente, difícilmente participan de modo igual.
Hasta el momento ninguno de los partidos políticos ha construido una estrategia y mecanismos de comunicación suficientemente sólidos y replicables para motivar a las estructuras y liderazgos regionales que quedaron fuera de la elección más grande de la historia moderna del país.
Las narrativas y los mensajes son insuficientes, aunque hay quienes pretextan la paridad de género, la posición en las encuestas o porque su lugar será ocupado por una celebridad para asegurar el triunfo ante el rival.
Sencillamente no hay narrativa que soporte la realidad de que los lugares de representación proporcional serán ocupados por unos cuantos privilegiados o por un familiar.
El tema no es menor. Delegar o minimizar a la militancia representa retos subrayables para la satisfacción de la democracia y la comunicación política:
El no tener cabida en los puestos de elección las y los militantes se ven obligados a cambiar de partido, de ideología, de causas y banderas.
Este fenómeno, el chapulineo electoral, abona a la desconfianza de los ciudadanos electores que no tienen afinidad política ni militancia definida y la opacidad en los procesos de selección profundiza el desencanto hacia los partidos políticos.
El voto duro o seguidores fieles de cada una de las candidatas o candidatos no es trasladable a partidos políticos. La gente vota ahora más por personas que por partidos políticos y al no tener un líder a quien apoyar en una elección propicia la abstención.
El cambiarse de partido -por sentirse menospreciado por su anterior instituto político- generalmente abre espacios para el recelo de la militancia hacia los nuevos integrantes, ya que años atrás representaban los ideales e intereses del contrincante electoral.
El militante del partido receptor se ve desplazado por una persona que a su parecer no tiene méritos ni la antigüedad suficiente para ser nominados por lo que desalienta su participación. Sun Tzu, en el Arte de la Guerra, mencionaba que no hay nada peor que participar en una batalla con un ejército desmotivado.
Asimismo, los partidos podrían disminuir su capacidad de integrar nuevos militantes, afiliados y simpatizantes que pudieran traducirse en votos nacionales y que les garanticen su supervivencia. La gente no se integra a militar en partidos que no dan oportunidad a nuevos cuadros a conquistar espacios de representación popular.
La reelección, concebida entre otras cosas para la profesionalización de la política, podría verse amenazada por el palomeo discrecional de quién decide y aumenta el desestimar los actualmente y débiles mecanismos de evaluación legislativa o municipal.
La exacerbación a la preferencia de los partidos por el financiamiento público y al acceso a medios de comunicación más que en construir militancia activa y profesionalizada, es una más de las consecuencias de la toma de decisiones cupulares.
El reto no solamente queda en terreno de los partidos políticos. Las instituciones legislativas se ven afectadas en su capacidad de generar confianza; se limita su capacidad generar y administrar percepciones de dinamismo y renovación derivado de la saturación de rostros y discursos ampliamente conocidos y no precisamente por su efectividad.
Todo comunica
El designar los puestos de elección popular por decisión e interés de las dirigencias partidistas sin la narrativa, la transparencia adecuada y sin la participación de la militancia es en sí un mensaje claro y fuerte.
Es un mensaje y una actitud equivocada que siguen arrastrando los partidos políticos derivado de la visión patrimonialista y localista del ejercicio del poder lastimando aún más el sistema de representación ciudadanía.
Una desafortunada realidad de los partidos políticos que abona a la construcción de imágenes y percepciones de desconfianza que cada vez son más difíciles de mejorar con técnicas de marketing político electoral. Superar estos retos obliga una mayor especialización y profesionalismo. No se soluciona con una pauta en redes sociales o un baile en tiktok.
Recordemos que el elector decide mediante una lógica de las tres P. Vota por Personas, apoya Propuestas y aprueba o rechaza a Partidos. Y hasta ahora para muchos militantes y electores inconformes han fallado sus partidos por imponer personas. Solo quedará esperar la efectividad de comunicar las propuestas.
Mucho que trabajar de aquí al día de la elección. Se equivoca quien piense que aún tiene tiempo de remontar porque la campaña aun no comienza, sin embargo, el proceso ya comenzó. La construcción de imágenes y emociones ya llevan camino andado en la mente del elector.