Me gustaba botarme sobre la alfombra barata y desgastada de la sala, cerrando los ojos para imaginar que ese martilleo en realidad eran gotas de lluvia
Daniel Lizárraga
Cuando era un niño, allá por la década de los setenta en el siglo pasado, en casa teníamos un portafolios verde chillante para guardar los acetatos de 45 revoluciones, esos discos que medían unos 18 centímetros de diámetro.
Ese portafolio se abría como un acordeón para seleccionar la música deseada. Ahí guardaba algunos de mis tesoros. Uno de ellos era “No” de Armando Manzanero interpretada por Carlos Lico, un tipo de grandes patillas -propias de la época- perfectamente acicalado que aparecía en televisión de traje con camisas de cuello de tortuga.
Me gustaba tanto esa canción que, cada vez que la escuchaba, se oían ruidos de fondo, pequeños rayones propiciados por la aguja sobre el acetato. Me gustaba botarme sobre la alfombra barata y desgastada de la sala, cerrando los ojos para imaginar que ese martilleo en realidad eran gotas de lluvia.
Cuando no había nadie en el apartamento -cosa no fácil porque ahí vivíamos 7 personas- corría hasta el viejo cajón de madera donde guardábamos los juguetes para sacar una cuerda de plástico que mi hermana usaba para brincar con sus amigas. Ella nunca lo supo, pero esa soga era un micrófono.
El ritual consistía en poner el disco del patilludo Carlos Lico, tomar la cuerda por una de sus puntas y cantar a todo pulmón; “No”. Cerraba los ojos e imaginaba yo no se qué cosa, porque era un mocoso de 8 o 9 años.
La última vez que interpreté “No” -al menos con ese sentimiento- fue bajo la ducha cuando al terminar la últimas frases con los brazos abiertos de par en par, escuché a lo lejos unos aplausos y la voz de mi vecina -que en realidad era mi prima “La Chiquis”- gritando: “¡Bravo!”, “¡Braaavo!”.
Sentí un hueco en el estómago y cerré las llaves mientras que “La Chiquis” clamaba: ¡Oooootra! ¡Oooootra!
Hasta ahí llega mi memoria. No se qué pasó después. Pero de lo que sí estoy seguro, es que nunca volví a interpretar (es un decir) “No” con tanto sentimiento. El pasado 28 de diciembre murió el autor de esa canción, Armando Manzanero.
Ahora me entero -gracias al internet- que el disco donde Carlos Lico grabó “No” salió a la venta en 1969, cuando tenía unos cinco años; jamás pude haberla balbuceado a esa edad. Mi “interpretación” habrá acontecido después, cuando tuve unos 10 años (1974).
Ahora lamento que, hasta el momento de escribir esta columna, ningún medio de comunicación en México haya publicado un buen perfil o biografía de uno de los mayores canta autores que ha tenido.
El perfil periodístico no es muy común en la prensa mexicana. De hecho, tendemos a confundir esa manera de darle vida a un personaje con una búsqueda rápida de datos y frases en internet. Lejos, muy lejos, de piezas como “Sinatra está resfriado” escrito por el gran periodista Gay Talese que en México lo publicó, entre otras, la revista Letras Libres
https://www.letraslibres.com/mexico-espana/sinatra-esta-resfriado
Este lunes 28 de diciembre del 2020, las redes sociales se llenan de comentarios, reflexiones y algunos pasajes de la vida de Armando Manzanero, pero un perfil puede tardarse años en concretarse. Se trata de sentarse alrededor de la mesa para discutir qué personajes son candidatos o candidatas a seguirlos.
Ante hechos como la muerte de Manzanero, en este país siempre tendemos a reaccionar al bote pronto, cuando la noticia se nos vino encima; reaccionamos como se puede y generalmente mal.
Distante de mi niñez, todavía recuerdo la letra de “No”:
No, porque tus errores me tienen cansado,
porque en nuestras vidas ya todo ha pasado,
porque no me has dado un poco de ti.
No, porque con tus besos no encuentro dulzura,
porque no sentimos lo mismo que ayer.
Te digo que no,
porque ya no extraño como antes tu ausencia,
porque ya disfruto aun sin tu presencia
Ya no queda esencia del amor de ayer.