Uno puede comprender que en este país millones de personas no tienen más alterativa que salir a la calle para sobrevivir, pero… ¿y el resto?
Daniel Lizárraga/Columnista
El centro de la ciudad de México está lleno. La gente se ha lanzado a comprar esferas, luces y árboles de navidad. La sana distancia no vale en la preparación de las fiestas decembrinas. Algunas parejas tienen correctamente ajustados los cubrebocas, pero otros los traen más abajo, como si sostenerse la quijada los librará del coronavirus. Otros tantos caminan, tranquilamente, agitando como matracas los retazos de tela que podrían evitarles, por lo menos, el susto de saberse contagiados por la pandemia que ha matado a más de 110 mil personas en el país.
Cuando se observan fotografías en redes sociales o en los diarios de gente en las calles, uno se pregunta: ¿qué tienen en la cabeza? ¿por qué es tan difícil entender que pueden morir más hombres y mujeres? ¿Será que no han conocido, en carne propia, cómo el coronavirus puede arrancarle la vida a cualquiera en unas cuantas horas? ¿Será que no han sentido ese escalofrío cuando te enteras que alguien en casa está contagiado?
Es difícil saberlo. Uno puede comprender que en este país millones de personas no tienen más alterativa que salir a la calle para sobrevivir, pero… ¿y el resto?
La tarde del domingo 6 de diciembre el centro comercial Andares -el más lujoso en Guadalajara- estaba lleno; demasiada gente en las escalares eléctricas sin sana distancia, en los pasillos pasabas hombro con hombro con decenas de jaliscienses. En el kiosco de las crepas la fila era enorme; 20 o 25 personas esperando. Quién sabe cuántas de esas personas realmente estaban ahí porque era indispensable .
La pandemia que todavía enfrentamos está viva; se mueve. Si el presidente López Obrador usa o no usa el cubrebocas; si la jefa de Gobierno en la cuidad de México, Claudia Sheinbaum ya no sabe qué tonalidad de naranja inventar para que no regresemos al semáforo en rojo o si el gobernador Enrique Alfaro se jacta públicamente de que su trabajo ha sido tan impecable que en los primeros años del 2021 podrían regresar a clases, eso debería ser casi irrelevante.
Quienes habitamos este país nos hemos tendido la mano en terremotos o en inundaciones. Nunca necesitamos que las autoridades nos organizaran. Jamás. Este es el momento de reaccionar, de regresar a casa como fue en los primeros meses de este agonizante año. No olvidemos que, si todo marcha en orden con la vacuna, hasta el cierre del próximo año podrían medirse algunos resultados en concreto.