Diego subió a las nubes en vida y regresó a la tierra. Vivió en el cielo y en el infierno
Efrén García García
Conmoción mundial ha causado la muerte de Diego Armando Maradona. Quienes no somos argentinos a veces nos preguntamos por qué ha merecido tal veneración. Los amantes de la anécdota fácil ayer recordaban algunos de sus excesos. Pero Juan Forn reivindicó ayer en Página 12 al astro: “Yo nací en un barrio privado: privado de luz, de agua, de teléfono y de gas”.
Por su parte, Eduardo Galeano acuñó el título de este texto y nos recordó que aquellos humanos que llegan al cielo antes de morir se vuelven íconos inmortales. Y ya no importa cómo sea su comportamiento terrenal porque, al fin y al cabo, si uno de nosotros nos volviéramos dioses en vida ¿qué (no) haríamos?
Diego subió a las nubes en vida y regresó a la tierra. Vivió en el cielo y en el infierno. Pero cada noticia sobre él alimentaba más su genio: “Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios.”
Y abundó: “Hasta ahora he vivido 40 años pero que valen por 70. Realmente me sucedió de todo. De un golpe salí de Fiorito y fui a parar a la cima del universo y allí me las tuve que arreglar yo solo”, dijo en entrevista en 2000.
Hoy, 25 de noviembre de 2020 muere el ídolo y nace el mito, en dos de sus acepciones: “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico” y “Personaje literario o artístico que encarna algún aspecto universal de la condición humana”.
Al mismo tiempo, Maradona es ya atemporal y sus hazañas son las de la divinidad. Encarnará la condición humana de ser imperfecto al tiempo que perdurará eternamente inimitable, trágico y festivo en grado sumo, a la vez.