Cada bando -izquierda y derecha- se han agazapado detrás de sus trincheras; unos para defender a López Obrador sin un mínimo gesto de autocrítica y otros decididos a empujar un movimiento que derrumbe a quien ocupa la silla presidencial
Daniel Lizárraga/Columnista. Periodista. Coautor de la investigación ‘La Casa Blanca de Enrique Peña Nieto’, ganador del Premio Nacional de Periodismo y del Premio de la Iniciativa para el Periodismo de Investigación en las Américas (Connectas-ICFJ).
En el enfrentamiento entre los seguidores más fervientes del presidente Andrés Manuel López Obrador contra los grupos minoritarios de extrema derecha hay una delgada línea que los conecta: tanto los sirios como los troyanos se han vuelto miopes; han perdido el rumbo para fortalecer a una democracia tan débil como la mexicana.
Cada bando -izquierda y derecha- se han agazapado detrás de sus trincheras; unos para defender a López Obrador sin un mínimo gesto de autocrítica y otros decididos a empujar un movimiento que derrumbe a quien ocupa la silla presidencial sin percatarse que no tienen fuerza social; piensan que rezando en la plancha del zócalo de la ciudad de México lo conseguirán.
Obtusos, ciegos por sus iras ideológicas han perdido de vista uno de los significados más importantes de la reciente controversia por la consulta para enjuiciar a los expresidentes de la época neoliberal.
Los miles de firmas conseguidos por el movimiento social para llevar a juicio a los exmandatarios y que, por lo pronto, han contado por el aval de la mayoría de los ministros en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) quizá piensan que ya cumplieron con la tarea.
Cortos de miras -la mayoría de ellos y ellas- creen que la rendición de cuentas acabó. En las redes sociales festejaron la votación entre los ministros de la Corte como si de por medio estuviera la patria.
Pero un movimiento político tan amplio y fuerte como el que respalda a López Obrador tiene la posibilidad de trascender más allá de la figura presidencial en turno, si su nueva tarea fuera exigir a la Fiscalía General de la República (FGR) que integre expedientes sólidos para que no sea desechados por los jueces ya sea porque no tienen pruebas o, peor aún, por deficiencias en la investigación.
La rendición de cuentas es horizontal. Si ese movimiento se enfocara en que los posibles encargados de esas indagatorias rindieran cuentas, es decir, informen de sus pasos -en la media de lo posible- estarán fortaleciendo a la democracia y, sin duda, ayudarían a tener una ciudadanía decidida a no permitir más abusos.