Hace unos días el Presidente Andrés Manuel López Obrador acusó al INE de imparcial y advirtió que se asumirá como garante para la limpieza de las votaciones intermedias de 2021
Arturo Cerda
El INE es una institución perfectible, como todas, como cualquiera, pero acusarla de cara y fraudulenta es un exceso, más de quien ha sido beneficiado con el reconocimiento de su triunfo.
Podemos afirmar que al menos desde el año 2000 cada voto cuenta. La demanda ciudadana y de partidos de oposición para que la voluntad mayoritaria expresada en las urnas sea respetada es una realidad. De otra forma no se podría explicar la alternancia en el poder a todos los niveles: municipal, estatal y, por supuesto, federal.
No se puede desconocer el prestigio fuera del país que tiene el Instituto Nacional Electoral. Los procesos ciudadanos desarrollados a lo largo de su historia le han ganado que naciones hermanas y de otros continentes le hayan solicitado asesoría para la organización de comicios, así como que sus consejeros sean invitados como observadores.
Si la democracia mexicana es cara, no por sí solo el INE, se debe a las múltiples atribuciones que se le han mandatado cumplir y lo complejo de la organización de las votaciones para responder a las exigencias de las leyes que norman su actividad. Leyes que, por cierto, cada tres años son modificadas, no como un mero espíritu de mejora, sino para complacer a partidos y actores perdedores, siempre bajo la sombra de la sospecha y la desconfianza.
Además, desde hace más de 20 años le fue dejado el papel de emisor de una credencial que se ha convertido en el documento oficial de identificación, cuya infraestructura para materializarlas no es sólo sacar copias o emitir un código QR.
Hace unos días el Presidente Andrés Manuel López Obrador acusó al INE de imparcial y advirtió que se asumirá como garante para la limpieza de las votaciones intermedias de 2021. Eso es básicamente erigirse en juez y parte. Y es que por más que asegure que no se meterá en el proceso, por sí mismas sus afirmaciones resultan una intervención, en el marco del caricaturesco episodio conocido como la “BOA”.
Con todo respeto, lo que López Obrador hace genera ruido en el ambiente electoral. Por un lado lo coloca desde ahora en el papel de víctima si su partido y aliados pierden, y por el otro como una velada amenaza a la autonomía que la Constitución le otorga al INE.