Los daños causados en las recientes manifestaciones afectan de manera particular a los dueños de pequeños negocios
Alejandro Gutiérrez Balboa
Luchar y manifestarse en contra del racismo es positivo. Lo mismo contra los abusos y la arbitrariedad policiaca. Pero cuando las protestas degeneran en actos de violencia y de vandalismo, con daños a la propiedad privada, saqueos y agresiones a policías o reporteros, nos encontramos ante un fenómeno muy diferente.
A raíz de la muerte del afroamericano George Floyd, han ocurrido este tipo de manifestaciones que han dejado rebasadas a las policías en más de 140 ciudades norteamericanas, en Inglaterra, en Bélgica, en Francia, España y en México, lo que habla de una acción coordinada, instigada y financiada.
A las protestas se han incorporado grupos bien organizados, entrenados, generalmente de corte anarquista, que con sus acciones de violencia atacan las instituciones y los valores que encarnan una sociedad. El caso de prender fuego a un policía en Guadalajara es una muestra de ello. Hay odio, revanchismo y mucha anarquía.
Este tipo de manifestaciones se habían detenido por la pandemia. Ya se habían visto en Chile y en otros lugares, aprovechando la tardanza en actuar de las policías y la debilidad del gobierno chileno que cedió a muchas de las demandas. El resultado allá fue un despliegue de terrorismo urbano que entre otros muchos daños, destruyó una estación de metro e interrumpió el servicio por más de 6 meses.
Los daños causados en las recientes manifestaciones afectan de manera particular a los dueños de pequeños negocios, quienes con una economía ya devastada por el cierre obligado, ahora ven destruidas sus propiedades por vándalos bien organizados, que tienen ese propósito: destruir. Si la autoridad no es capaz de anticipar esto y resguardar las fuentes de trabajo, su acción es cuestionable.
La narrativa siempre defiende a los vándalos. Incluso, la acción policiaca se ve demeritada ante la descalificación de las mismas autoridades que los enviaron para restablecer el orden. No basta clamar que se trata de adolescentes desubicados o que pretender reducirlos al orden sean actos de “represión”. Para eso están las policías, ésa es su razón de ser; para eso se les paga y para eso se les adiestra. Deben restablecer el orden, no contentarse solamente con observar el desorden, y terminar siendo víctimas de los resentidos sociales.