Después del Covid-19 este intenso confinamiento revelan imágenes que evidencian tensiones socioeconómicas que habíamos normalizado
Matías G. Durán Quintanar
Después del Covid-19 mucho se ha mencionado que no volveremos a la normalidad cuando pase. Este intenso confinamiento nos ha situado en una especie de cuarto oscuro en el que, día tras día, se nos revelan imágenes que evidencian tensiones socioeconómicas que habíamos normalizado.
Nuestra concepción de ciudadano que consume vertiginosamente a nivel global, sin derecho a la fatiga y con la auto-explotación como parámetro de éxito, ha quedado expuesta por el “Quédate en casa”. El modelo de vivienda, por ejemplo, desde su desarrollo urbano hasta la concepción del espacio habitable, ha hecho explícita la dificultad para conciliar las necesidades de la infancia y del trabajo dentro de espacios exageradamente pequeños. También ha puesto de manifiesto la complejidad y el aislamiento de un modelo excesivamente expansivo que ha minado el tejido social local y ha aniquilado el comercio de barrio.
Esta crisis, como las anteriores, nos ofrece la oportunidad para incorporar mejoras en el dinamismo de nuestras ciudades. El tejido social local, de barrio o de proximidad (como quiera que se le llame) debiera ser un tema prioritario en la agenda urbana.
Una idea que puede reutilizarse es la promoción de los huertos y jardines urbanos. Muchas ciudades han incentivado su creación en épocas de crisis con beneficios ambientales, sociales, económicos y urbanísticos. Se ha constatado que los huertos urbanos mejoran el espacio público al hacerlo más humano y fortalecen el tejido social al crear nuevas condiciones de socialización entre los vecinos y la infancia. Ambientalmente, el aprovechamiento de sus beneficios alimenticios disminuye la utilización de empaques y la generación de basura, crean un hábitat para aves, plantas e insectos y contribuyen en la limpieza del aire en la ciudad. Económicamente, detonan una dinámica local al crear espacios laborales para sectores de la población vulnerables o por la venta de su cosecha en mercados de barrio.
Los huertos urbanos representan una alternativa para la práctica de dinámicas cooperativas, de bienes comunes y son una oportunidad para los gobiernos locales por desplegar una lógica de gobernanza colaborativa entre gobierno, sociedad y mercado.