Paul Krugman
En este momento me encuentro en España hablando sobre ideas zombis (ideas a las que la evidencia debería haber eliminado, pero que siguen moviéndose a trompicones). En los Estados Unidos modernos, las ideas zombis más importantes están en la derecha y siguen sin morir gracias a los grandes capitales de los multimillonarios que tienen un interés financiero en que la gente crea cosas que no son ciertas.
Sin embargo, algunas ideas zombis también se las arreglan para comerse el cerebro de los centristas. Como era de esperarse, algunos de los zombis más destructivos de la última década se han abierto paso hasta la contienda de las elecciones primarias demócratas, donde un par de centristas están repitiendo ideas que hace años fueron desmentidas en su totalidad.
Sucede que la experiencia de Europa (en particular la de España) provee algunas de las balas que deberíamos estar usando contra estos zombis para darles el tiro de gracia. Entonces vamos a comenzar con los orígenes de la crisis financiera de 2008, un tema que sigue siendo pertinente si no queremos repetir errores pasados.
Aunque pocos vieron venir lo que sucedería en 2008, en retrospectiva fue un clásico pánico bancario, el tipo de cosa que solía ocurrir con frecuencia antes de la década de 1930. Primero, los prestamistas se vieron atrapados en la gigantesca burbuja de la vivienda; luego, cuando la burbuja reventó, la mayor parte del sistema financiero simplemente se congeló.
¿Qué ocasionó este pánico tras dos generaciones de relativa calma financiera? La respuesta, sin duda, fue la erosión de la regulación financiera efectiva en las últimas décadas. No obstante, los de derecha se negaron a aceptar lo evidente. En cambio, impusieron un discurso alternativo en el que los liberales de alguna manera habían ocasionado la crisis al obligar a los pobres banqueros inocentes a prestarle dinero a la gente de color (por lo general no eran tan explícitos, pero claramente ese era el mensaje). Este discurso era tan evidentemente convenenciero que cuesta trabajo creer que alguien se lo tomara en serio, pero algunos líderes de opinión se lo creyeron, entre ellos Michael Bloomberg.