La semana pasada compartí elevador con un joven del equipo de intendencia del edificio
Raúl Lorea
La semana pasada compartí elevador con un joven del equipo de intendencia del edificio. Cuando ingresé, ahí estaba él, con su cubeta llena de agua limpia, un trapeador en una mano y una escoba en la otra. Se veía de unos 19 años. Aparentemente le incomodó mi presencia, pero para romper el hielo lo saludé: “Buenos días”.
Él correspondió el saludo, pero sin cambiar su expresión. Unos instantes después, el elevador se movió y al abrir sus puertas en otro nivel me sorprendió ver a dos hombres colocando una mano en cada una de las puertas, bloqueándolas para que estas no se cerraran.
Al estar de pie, uno de cada lado y en perfecta coordinación, por segundos pensé que podrían ser los guardaespaldas de alguien.
La duda se disipó cuando vi que lo hacían para que un señor mayor con discapacidad pudiese ingresar al elevador a pie, auxiliado por una mujer que, con admirable paciencia, lo tomaba del brazo para guiarlo lentamente hasta ingresar con nosotros.
Les pregunté “¿necesitan ayuda?”.
Su respuesta fue “no, muchas gracias” con mucha amabilidad.
En esos segundos, las puertas del elevador superaron su tiempo de espera y se cerraron inevitablemente dejando afuera a los dos hombres, quienes alcanzaron a exclamar “¡los alcanzamos en otro elevador!”.
Al llegar a su piso, la señora y el señor caminaron hacia la puerta y ahora fuimos una mujer joven y yo quienes bloqueamos la puerta como guardaespaldas para que esta no se cerrara.
Cuando salieron, mientras la puerta cerraba, la señora exclamó “¡disculpa la molestia, mucho gusto en conocerte, que tengas un buen día!” y me regaló una sonrisa de esas que se contagian. Al mirar al joven de la cubeta, también había sido inspirado por la sonrisa de esa amable señora.
Al salir, con un semblante distinto al que tenía cuando lo encontré, él también me deseó buen día. Lo mismo pasa en la ciudad, en el tráfico vamos quejándonos, presionándonos y no hay tiempo siquiera de voltear a ver al otro conductor. Al caminar pocas veces miramos los rostros de las demás personas que también van en lo suyo, no nos fijamos si requieren ayuda o si algo les sucede.
No permitamos que la vida moderna nos aleje de quienes están cerca. ¿Usted ya contagió su sonrisa?.