Leía un artículo del colega argentino Andrés Burgo en la revista española ‘Líbero’, el texto condensaba 85 horas de viaje entre Buenos Aires y Lima
Francisco Pérez
La travesía fue realizada en noviembre, cuando el equipo River Plate jugó la final de la Libertadores contra Flamengo en Lima, Perú, el partido más importante que existe a nivel de clubes en América.
Burgo, con su mágica prosa, narraba las peripecias que vivieron 215 locos que se ‘comieron’ cordilleras, carreteras, noches, días, nervios, para ver a su equipo jugar la final y con ello la opción de ser bicampeones de América.
Al inicio de la deliciosa crónica deja una frase lapidaria, asegura que los que viajamos a otros estadios no lo hacemos para ver futbol, sino para ser parte de nuestro equipo.
Señor Burgo, permítame agradecerle por tan sencillas y sinceras palabras. Ha usted hablado por millones de aficionados alrededor del mundo.
Tal crónica me hizo recordar también la travesía de miles de aficionados del equipo Colón de Santa Fe, que viajaron para estar con su equipo en la final de la Copa Sudamericana de 2019. Las cifras oficiales reportan más de 36 mil argentinos en éxodo de Santa Fe a Asunción.
Se viralizó, por ejemplo, la historia de uno que lo hizo en bicicleta. No hay una forma lógica o inteligente de expresar semejante gesto de fe y amor por un equipo de futbol. No la busquen, no existe.
En ambos casos, los aficionados regresaron con el dolor de la derrota. Reflexiono sobre algo más que dice Burgo: ‘El futbol es un viaje’; comparto esta idea, un viaje de ida, uno del que no vuelves y realmente nunca esperas volver.
Ahora, con el Clausura 2020 iniciado me gustaría felicitar todos aquellos que engrandecerán el futbol en las carreteras de México, lo harán simplemente porque lo tienen que hacer, ellos igual que los 11 de la cancha alinean cada ocho días.