Hace una década, el mundo estaba viviendo las consecuencias de la peor crisis económica desde los años 30
Paul Krugman
Los mercados financieros se habían estabilizado, pero la economía real seguía con un pésimo desempeño, dado que había unos 40 millones de trabajadores europeos y estadounidenses desempleados. Por fortuna, los economistas aprendieron mucho de la experiencia de la Gran Depresión.
En específico, sabían que la austeridad en las finanzas públicas –recortar el gasto gubernamental en un intento por equilibrar el presupuesto– es una idea muy mala en una economía deprimida.
Por desgracia, los legisladores a ambos lados del Atlántico pasaron la primera mitad de la segunda década del siglo XXI haciendo exactamente lo que tanto la teoría como la historia decían que no debían hacer. Este error en las políticas públicas causó estragos importantes en lo económico y lo político.
Particularmente, la obsesión con el déficit de 2010- 2015 ayudó a preparar el escenario para la actual crisis de democracia. ¿Por qué la austeridad en una economía deprimida es una mala idea? Porque la economía no es como una casa, cuyo ingreso y gasto son dos cosas separadas. En la economía en general, mi gasto es tu ingreso y tu gasto es mi ingreso.
¿Qué sucede si todos tratan de reducir el gasto al mismo tiempo, como sucedió después de la crisis financiera?
El ingreso de todos se cae. Entonces, para evitar una depresión, es necesario que alguien –a saber, el Gobierno– mantenga o, mejor aún, aumente el gasto mientras todos los demás lo están disminuyendo.
En 2009, la mayoría de los Gobiernos ejercieron al menos un poco de estímulo fiscal. Sin embargo, en 2010, el discurso en materia de políticas públicas se vio monopolizado por gente que insistía, por un lado, en que necesitábamos reducir los déficits de inmediato o nos convertiríamos en Grecia y, por el otro, en que los recortes al gasto no dañarían a la economía porque aumentarían la confianza