En “Knives Out” (en Hispanoamérica “Entre navajas y secretos” y en España “Puñales por la espalda”), el escritor y director Rian Johnson rinde tributo a Agatha Christie y “Clue”

Mónica Castillo

En “Knives Out” (en Hispanoamérica “Entre navajas y secretos” y en España “Puñales por la espalda”), el escritor y director Rian Johnson rinde tributo a Agatha Christie y “Clue” (una película de 1985 que se llamó “El juego de la sospecha (CLUEDO)” en Hispanoamérica) mediante una historia de misterio interpretada por un elenco de primera categoría que comienza con la misteriosa muerte del escritor y patriarca millonario Harlan Thrombey (Christopher Plummer).

Casi todos sus herederos son sospechosos del asesinato en algún momento para el investigador privado Benoit Blanc (Daniel Craig), incluida la cuidadora de Harlan, Marta (Ana de Armas), una mujer de un corazón tan puro, que no puede mentir sin sentirse físicamente enferma. Fiel a las formas de este género, ninguna de las coartadas parece comprobarse, y se agregan giros y cambios inesperados que se vuelven cruciales para la película.

El largometraje se ha etiquetado como una “fun, modern-day” historia de misterio y las muchas críticas eufóricas han hecho eco de este sentimiento de extravagancia. Sin embargo, a medida que “Knives Out” se desarrolla, Johnson revela que no está interesado únicamente en entretener a sus espectadores durante un par de horas, tiene algo que decir sobre la clase y la política de una manera directa y atrevida que es poco común en las películas de los principales estudios cinematográficos estadounidenses.

Por desgracia, las ambiciones de Johnson en este frente me recordaron que algunas veces el arte con buenas intenciones puede resultar contraproducente y ofender (e incluso herir) a los que tiene la intención de defender.

A través del personaje de Marta, “Knives Out” tiene una tendencia a explotar el ángulo sobre migración de la historia, lo cual me dejó sintiéndome incómoda mientras los extraños que estaban conmigo en la proyección a la que asistí se reían de situaciones de la vida cotidiana que a mí realmente me asustan.

Marta es alguien a quien los Thrombey pueden presumir para sentirse más progresistas de lo que realmente son. Al final, su conformidad con citar canciones de “Hamilton: The Musical” da pie a que den rienda suelta a sus prejuicios. Ninguno de ellos parece saber o importarle de dónde es ella en realidad, cada vez que lo mencionan dicen un país distinto.

Esto se interpreta como una broma continua que evidentemente tiene la intención de criticar el liberalismo de la clase alta blanca. No obstante, Johnson tampoco le revela a la audiencia los orígenes de Marta y nunca le permite revelar alguna pista cultural, además de solo parecer latina (de Armas es cubana).

Al negarle a Marta parte de su identidad cultural, la película perpetua el mito de la homogeneidad latina, que nuestros países y costumbres son intercambiables, y pueden mezclarse para encajar claramente en una casilla de censo.

La película se empeña en que Marta sea una forastera de otras maneras desconcertantes. Durante una discusión familiar, el benjamín de la familia, un trol de extrema derecha, se refiere a Marta con una afrenta étnica.

En otra escena, se le llama para que aclare si su familia llegó a Estados Unidos legalmente, o “de la manera correcta”, como uno de los Thrombey lo define. Otro miembro de la familia da a entender que podría mandar a deportar a su madre porque es indocumentada. Varios miembros de la familia sostienen, con condescendencia, que “siempre han cuidado de” Marta.

Me puedo imaginar que Johnson ve esta exageración como una manera de hacer evidentes las microagresiones que los inmigrantes de la clase trabajadora enfrentan a diario, pero la crueldad de la familia pareció asfixiante, es inquietante ver que a Marta se le endilga tanto bagaje del mundo real.

La mayoría de los Thrombey (a excepción del adolescente de extrema derecha) tienen sus propias idiosincrasias y no se percibe que estén tratando de representar un argumento político a la ligera.

Tal vez Johnson, quien es blanco y nació en Estados Unidos, no sintió ninguna aprensión por llevar el tema de la deportación tan lejos, es posible que su cercanía al tema no sea la misma que la de una persona de piel morena indocumentada. No obstante, la trama de la inmigración no es exclusiva de los directores de color e inmigrantes.

“Take Out” de Sean Baker y Shih-Ching Tsou y “En el Séptimo Día” de Jim McKay cuentan historias de migrantes indocumentados que trabajan arduamente para vivir en la ciudad de Nueva York y aunque ambos personajes enfrentan situaciones de alto riesgo debido a su estatus migratorio, ninguno de ellos se siente limitado por su condición.

Después de ver “Knives Out”, mi molestia se hizo visible cuando traté de explicarle a un grupo de amigos en su mayoría blancos que sentía como si hubiera visto una película totalmente distinta de la que ellos tanto elogiaban. He pasado por algunas de las situaciones que Marta experimenta —que me pidan que muestre que soy ciudadana, sentirme insegura si hablo español— y la película trajo a mi mente muchos recuerdos desagradables una y otra vez con muy poco efecto narrativo.

En lugar de disfrutar los vericuetos de una película entretenida, salí del cine sintiendo un latigazo emocional ocasionado por lo que se sintió como un señalamiento de virtudes vacías.

Mi reacción me recordó cómo me sentí cuando salí del metro una mañana de junio pasado para encontrar una jaula de malla ciclónica con un maniquí del tamaño de un niño al interior, bajo una manta isotérmica. El proyecto, No Kids in Cages (No a los niños en jaulas), fue una protesta itinerante de la autoría del Centro de Educación y Servicios Legales para Refugiados e Inmigrantes (una organización sin fines de lucro con sede en Texas) y la agencia de publicidad Badger & Winters.

Sé que estos grupos buscaban conmocionar a los liberales bien intencionados para que dejaran de ser pasivos y actuaran, pero no puedo evitar pensar en la impresión que me causó a mí y probablemente a otros a los que les preocupa que algún día ellos o sus seres queridos puedan ser arrestados y obligados a estar en esas condiciones terribles.

Muchos de nosotros pensamos en problemas como la inmigración y la separación de familias en todo momento sin importar a dónde vayamos. La violencia y los crímenes de odio contra la comunidad latina han llegado asus niveles más altos en casi una década.

Este mes, afirma la policía, un estadounidense nacido en Perú fue rociado con ácido por un extraño que le gritó que “regresara” a su país. En agosto, un hombre blanco entró a un Walmart para asesinar a latinos para evitar lo que él consideraba “la invasión hispana de Texas”.

Entre las incesantes noticias de deportaciones y familias separadas, no es de sorprender que algunos de nosotros nos sintamos emocionalmente agotados y preocupados por nuestras familias.

No quiere decir que el arte no pueda abordar temas difíciles, sino que los creadores tienen la obligación de tener en cuenta los efectos no intencionales que esto puede tener en el público, particularmente aquellos creadores que es poco probable que se vean afectados directamente por las cuestiones que buscan exponer.

Muchos de los que lidiamos con estos temores de primera mano, no queremos un recordatorio vívido de algo que nos hace llorar o nos roba el sueño por las noches de camino al trabajo o en la penumbra de una sala de cine rodeado de risas de desconocidos.

El problema con usar la conmoción o la repetición para hacernos entender el tema es que puede hacer que aquellos que deberían sentirse representados sientan que el creador en realidad no los tuvo en cuenta.

Ese distanciamiento puede hacernos sentir ajenos, pero estamos entre el público, tal como ustedes, y este arte también puede hacerse para nosotros.