Uno de los muchos lemas tradicionales de Estados Unidos es “E pluribus unum” (De muchos, uno). Se podría pensar que eso se reflejaría en la realidad
Paul Krugman
Después de todo, no solo lo político nos une. Compartimos un lenguaje común; la Constitución garantiza el movimiento ilimitado de productos, servicios y gente.
¿No debería esto conducir a una convergencia en la manera en la que vivimos y pensamos? Sin embargo, de hecho, las últimas décadas han estado marcadas por una creciente divergencia entre regiones en varias dimensiones, todas estrechamente correlacionadas. En específico, la división política también es, cada vez más, una división económica.
Como Tom Edsall, de The New York Times, lo dijo en un artículo reciente: “Los electores rojos y azules viven en distintas economías”. Lo que Edsall no señaló es que los electores rojos y azules (es decir, los estados que votaron por el Partido Republicano, rojo, o el Partido Demócrata, azul) no solo viven distinto, sino que también mueren distinto.
Comencemos con la parte de la vida: las áreas con tendencia demócrata solían parecerse a las áreas con tendencia republicana en términos de productividad, ingreso y educación. Sin embargo, han venido bifurcándose rápidamente; las áreas azules se han vuelto más productivas, ricas y con un nivel educativo más alto.
En la reñida elección presidencial en el año 2000, los condados que apoyaron a Al Gore más que a George W. Bush representaron solo un poco más de la mitad de la producción económica nacional.
En las cerradas elecciones de 2016, los condados que apoyaron a Hillary Clinton representaron el 64 por ciento de la producción, casi el doble del porcentaje representado por los partidarios de Trump.
La cuestión es que la división entre azul y rojo no solo tiene que ver con el dinero. También se ha vuelto cada vez más una cuestión de vida o muerte. Cuando Bush era presidente, solía encontrarme gente que insistía en que Estados Unidos tenía la mayor esperanza de vida del mundo