A menudo no comprendo el servilismo de los republicanos hacia Donald Trump
Michelle Goldber
Me ha costado entender cómo gente que se la ha vivido golpeándose el pecho por el patriotismo puede estar tan dispuesta a reducir a cenizas la democracia liberal, solo para proteger a un hombre en quien no confiaría si le estuviera vendiendo un auto usado. Por lo tanto, he tratado de concebir una situación en la que quizá me sentiría tentada a actuar de la misma manera.
No existe una figura de izquierda análoga a Trump en la vida de Estados Unidos, pero es posible imaginar una. Piensen en una amalgama de Marianne Williamson y Hugo Chávez, una ideóloga carismática capaz de apelar a la sed espiritual de las masas solitarias y atomizadas.
La candidata entra a las elecciones primarias demócratas ante las burlas de las élites, pero sus mítines son inmensos y fervientes, y cautiva a las multitudes con la promesa de expiar a Estados Unidos de su legado demoniaco de racismo y sexismo. Sus declaraciones son impactantes y emocionantes a la vez.
Promete expropiar los bancos de inversión y convertir Mar-a-Lago en un albergue para indigentes. Al principio, los demócratas se asustan —su movimiento parece un culto—, pero gana las elecciones primarias y, después, la presidencia, quizá con un empujón de China. Entonces se dispone a tratar de hacer realidad sueños progresistas. Stacey Abrams se vuelve fiscal general.
Larry Krasner, el fiscal de distrito de Filadelfia e ícono de la reforma de justicia penal, remplaza a Clarence Thomas en la Corte Suprema. Declarando una emergencia nacional de salud, la presidenta toma 3 mil 600 millones de dólares del Ejército y los destina a Planned Parenthood.
Le ordena al Gobierno que no haga negocios con ninguna empresa que se anuncie en Fox News. Para todos es evidente, excepto para los verdaderos creyentes, que la presidenta es volátil; los mítines que preside tienen un tono de avivamiento cada vez más mesiánico, al estilo de Jim Jones. Pasa una tercera parte de su tiempo en su red de centros de bienestar y lleva a la mayor parte del Gobierno con ella.