Lo más sorprendente acerca de la crisis constitucional que estamos enfrentando actualmente es que haya tardado tanto en suceder
Paul Krugman
Lo más sorprendente acerca de la crisis constitucional que estamos enfrentando actualmente es que haya tardado tanto en suceder. Desde el principio era obvio que el presidente de Estados Unidos es un autócrata en potencia que no tolera que restrinjan su poder de ninguna manera y considera que la crítica es una forma de traición, además, es respaldado por un partido que ha rechazado la legitimidad de su oposición durante muchos años. Lo que estamos viviendo en este momento era inevitable.
Lo que aún está por verse es el resultado. Si la democracia sobrevive —lo cual está muy lejos de ser una certeza— será gracias en gran medida a un toque impredecible de buena suerte: la deficiencia mental de Donald Trump.
No quiero decir que Trump es estúpido; un hombre estúpido no se las habría ingeniado para timar a tanta gente a lo largo de tantos años. Tampoco me refiero a que esté loco, aunque sus discursos y tuits (“mi gran e inigualable sabiduría”; los kurdos no nos ayudaron en Normandía) parecen cada vez más disparatados.
Sin embargo, sí es holgazán, totalmente desinteresado y demasiado inseguro como para escuchar un consejo o admitir que cometió un error. Además, dado que él en realidad representa la figura que acusa a otros de ser —un enemigo del pueblo— deberíamos estar agradecidos por sus defectos.
La noticia que me hizo pensar en estos términos, curiosamente, fue la revisión presupuestaria más reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso, la cual proyecta un déficit fiscal para 2019 de casi un billón de dólares, un aumento de más de 300.000 millones de dólares en comparación con el déficit que Trump heredó.
Ignoremos la clara demostración de que los republicanos que se hiperventilaban por los déficits en la época de Obama son absolutamente hipócritas. La cuestión más importante es que 300.000 millones de dólares es mucho dinero, y debió haber sido suficiente para comprarle a Trump muchos beneficios políticos.
Después de todo, otros nacionalistas blancos que intentan hacer lo mismo que Trump —socavar el Estado de derecho y convertir a sus naciones, democracias en papel, en verdaderas autocracias de un solo partido— han solidificado su permanencia en el poder cumpliendo con sus promesas populistas, aunque sea un poco. En Polonia, por ejemplo, el partido Ley y Justicia ha incrementado el gasto social y ha prometido un gran aumento en el salario mínimo.