Junto al casi seguro regreso del peronismo a la presidencia, las elecciones primarias argentinas, conocidas como las PASO, dejaron una sorpresa con nombre y apellido: Axel Kicillof, candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Con más de la mitad del total de los votos, Kicillof logró una diferencia del diecisiete puntos frente a la actual gobernadora, María Eugenia Vidal, quien hasta el momento era la política con mejor imagen del país y la gran esperanza de renovación del macrismo. Si el 27 de octubre se confirman estos números, se convertirá en el responsable de gobernar una provincia que, resultado de la organización territorial psicodélica de la Argentina, concentra el 38 por ciento de la población (y un porcentaje aún mayor de los problemas nacionales).
Tras tres años de recorrer la provincia y en el marco de una ola peronista que alcanzó a prácticamente todo el país, ahora se encamina a convertirse en el segundo político más importante después del presidente.
El desafío que enfrenta de cara a las elecciones de octubre es mayúsculo. Con casi 17 millones de habitantes sobre un total nacional de 44 millones, Buenos Aires es un país dentro del país. Incluye dos ciudades de medio millón de personas, extensos campos, puertos marítimos y fluviales, casi la mitad de la capacidad industrial del país y el inabarcable conurbano bonaerense —un cordón superpoblado que envuelve la ciudad de Buenos Aires— y que combina algunas islas de enorme riqueza con un océano de desempleo, inseguridad y pobreza.
De ganar, Kicillof podría desarrollar un gobierno progresista en una provincia cuyos últimos gobernadores estuvieron más atentos a su imagen personal que a la vida de sus habitantes. Y si es exitoso podría convertirse en la cara de la renovación del kirchnerismo, una fuerza que nunca había encontrado a una figura —fuera de los integrantes del matrimonio fundador, Néstor y Cristina— capaz de expresar su versión izquierdista del peronismo y que al mismo tiempo contara con la popularidad necesaria para ganar elecciones.
El meteórico ascenso de Kicillof fue posible, en primer lugar, por una campaña austera, que transcurrió a bordo de un Renault Clio manejado por un amigo y con el acompañamiento de un pequeño equipo de colaboradores y que no cedió ante algunos imperativos de la mercadotecnia política: el candidato se negó, por ejemplo, a exhibir a su familia como un trofeo. En una Argentina hiperpolarizada y acostumbrada a un debate político feroz, Kicillof también evitó los agravios y los golpes bajos.