Luis M. Gutiérrez
En una ocasión paseando con la familia por un mercado de antigüedades pude ver a lo lejos algo hermoso que me llamó la atención, decidí acercarme al lugar que encerraba un misterio fascinante.
Al verlo más de cerca confirmé mis sospechas, era una consola tornamesa hecha con material imitación madera, pero eso no impidió que brillara con todo su esplendor entre muebles viejos y olvidados. Pedí a la mujer que atendía si me permitía verla y al abrir la tapa dejé al descubierto a manera de una caja de Pandora benévola una serie de experiencias y recuerdos atrapados en su prisión de aglomerado con melamina.
Pregunté el precio esperando una cifra exorbitante, pero mi sorpresa fue que no solamente era una ganga, sino que además incluía más sorpresas como un reproductor 8 track y 2 cajas de cassettes.
Llegamos a la casa tras un apoteósico traslado y conecté el aparato a la corriente eléctrica. Busqué uno de mis vinilos viejos, lo saqué de su funda, levanté el brazo de posición del disco, coloqué el centro en el poste, calibré la posición de inicio de la aguja en 12” de diámetro y la velocidad de reproducción en 33rpm, accioné la palanca en modalidad AUTO y en ese momento comenzó la magia.
¿Qué hace de un artefacto algo mágico y enigmático para unos e inútil y sin valor para otros? No puedo decirlo con certeza, pero lo que sí puedo afirmar es que los objetos de nuestras vidas no son los artículos de moda o los que tienen mayor avance tecnológico diseñados para la obsolescencia programada, sino aquellos que nos acompañan en nuestros momentos y se anexan a nuestras vivencias generando en ellos más valor del que tenían cuando llegaron a nosotros. Puedo considerarme como un tipo suertudo ya que llegó a mí un objeto con historia, con secretos y añoranzas, y seguimos construyendo más momentos mágicos alrededor de ese viejo pero hermoso aparato. La persona que tuvo posesión del objeto con anterioridad puede sentirse tranquila de que su tocadiscos seguirá sonando con Miles Davis a todo volumen.