¿Es crueldad o corrupción? Esa es una pregunta que surge siempre que uno se entera sobre algún nuevo abuso extraordinario del gobierno de Trump, algo que parece ocurrir casi todas las semanas. Y, por lo general, la respuesta es “ambas”.
Por ejemplo, ¿por qué el gobierno está encubriendo al príncipe heredero de Arabia Saudita, quien casi es seguro que ordenó el asesinato de Jamal Khashoggi de The Washington Post? Parte de la respuesta, probablemente, es que Donald Trump en esencia aprueba la idea de matar a los periodistas críticos. Sin embargo, también es relevante el dinero que la monarquía saudita gasta en propiedades de Trump.
Lo mismo aplica para las atrocidades que Estados Unidos está cometiendo en contra de los migrantes de América Central. Ah, y ahórrense la falsa indignación. Sí, son atrocidades y, sí, los centros de detención cumplen la definición histórica de los campos de concentración.
Una razón para estas atrocidades es que el gobierno de Trump ve la crueldad tanto como una herramienta para sus políticas, como una estrategia política: el trato despiadado a los refugiados puede disuadir a futuros solicitantes de asilo y, en cualquier caso, ayuda a motivar a la base racista. Sin embargo, también se hace dinero de ello, porque la mayoría de los migrantes detenidos se encuentran en instalaciones que manejan corporaciones que tienen estrechos vínculos con el Partido Republicano.
Y cuando digo estrechos vínculos, me refiero a recompensas personales, así como contribuciones de campaña. Hace un par de meses, John Kelly, el exjefe de Gabinete de Trump, se unió al consejo de Caliburn International, que dirige el infame centro de detención Homestead para niños migrantes.
Esto nos lleva al tema de las prisiones privadas, y la privatización en general.
La privatización de los servicios públicos —hacer que sean contratistas en lugar de empleados gubernamentales quienes los presten— empezó durante los años ochenta. A menudo se ha justificado usando la retórica de los mercados libres, la supuesta superioridad de la empresa privada a la burocracia gubernamental.
Sin embargo, ese siempre fue el caso de la estrategia del gancho y el engaño. Los mercados libres, en los que compiten las empresas privadas por clientes, pueden lograr grandes cosas, y de hecho son la mejor forma de organizar la mayor parte de la economía.