Charles M. Blow
Solo puedo decir que me repugna lo que está sucediendo en Estados Unidos.
Mis diferencias políticas con este presidente y sus cómplices en el Congreso —y ahora en la Suprema Corte— tan solo son parte de la razón que me tiene así.
En efecto, esas diferencias ahora podrían ser la menor de las razones y eso, para mí, dice mucho.Para mí, la razón es que el país, o grandes segmentos dentro de este, parece consentir una forma particular de maldad, una que es perniciosa e incluso juguetona, una en la cual el medio destinado a socavar nuestros valores y nuestra moral adquiere cada vez más fuerza, se ha graduado: empezó siendo un martillo para tachuelas, luego fue uno de uso estándar, y ahora es un mazo.
En mi opinión, Estados Unidos está a la deriva rumbo hacia una catástrofe. Donald Trump nos está llevando hacia allá. Y mientras tanto, nuestros políticos conspiran en torno a influencia y resultados políticos. Los políticos republicanos temen perturbarlo; los políticos demócratas temen llevarlo a un juicio político.
Algo que nunca debería ser subestimado es el instinto de un político a aferrarse a su supervivencia. Estos discípulos de la flexibilidad han aprendido bien que los árboles que permanecen en pie son los que se doblan mejor en la tormenta.
Para ellos, Trump es una tormenta. Sin embargo, para muchos de nosotros, es desolación, o la posibilidad de la misma.
Sin embargo, debido a que no cambia nada, debido a que nunca lo responsabilizan de nada realmente, muchísimos estadounidenses se están conformando con un entumecimiento funcional, una forma de sedarse llamada “solo déjame sobrevivir”. No obstante, ahí está marcado el límite de la muerte. Ahí comienza la putrefacción. Ahí es donde la sociedad se pierde a sí misma.
Tomemos como ejemplo la última acusación sexual en contra de Trump: la columnista de consejos E. Jean Carroll alega que Trump la atacó sexualmente en 1995 o 1996 en un vestidor de la tienda Bergdorf Goodman. Carroll no la llama violación, pero eso es lo que describe.
Carroll escribe que Trump “la empujó contra la pared, presionó su boca sobre sus labios, después le bajó las medias, se bajó la cremallera y por la fuerza ‘me tocó la zona privada con los dedos, me metió medio pene, o todo, no estoy segura’”, informó The New York Times.
No solo sigas leyendo. No solo pienses que ya habías escuchado esto. No solo pienses que este tipo de “comportamiento” está integrado en el sentimiento que Trump le produce a la gente. Regresa y lee el último párrafo. Léelo lento. Imagínate en ese vestidor… o a tu madre, tu esposa, hermana, hija, prima, novia o amiga. Imagina la lucha. Imagina la violación. Imagina la ira.
Y ahora recuerda que el supuesto perpetrador es el actual presidente. Además, recuerda que Carroll está lejos de ser la única en esta situación; un coro de otras mujeres también ha acusado a Trump de conducta sexual inadecuada.
Sin embargo, la narración de Carroll destaca por su brutalidad y gravedad.
Y, a pesar de todo, su relato cayó como un cuerpo más en la pila de una fosa común: reducido por la multitud de otras acusaciones en vez de que estas lo amplificaran.
Los medios le dieron cobertura a la acusación de Carroll y se discutió en las redes sociales, pero nunca terminó por asimilarse ni captó la seriedad que merecía.
Luego, Dean Baquet, editor ejecutivo de The New York Times, incluso dijo que este periódico “minimizó” el artículo que publicó sobre la acusación.
Y Trump, en su enorme depravación, respondió a los alegatos en The Hill: “Lo digo con un gran respeto: número uno, no es mi tipo. Número dos, nunca sucedió. Nunca sucedió, ¿de acuerdo?”.
Bien, señor, ¿cuál es el tipo que sí violaría?
A ti, Estados Unidos, te pregunto: ¿cuál es el punto de quiebre? ¿Hay un punto de quiebre? ¿Nada de lo que antes importaba tiene alguna importancia ahora? ¿Simplemente permitiremos que esta acusación pase como todas las demás, con la excusa enclenque de que no importa que el hombre sentado en el Despacho Oval sea o no un depredador sexual, porque ya lo acusaron suficiente en las elecciones de 2016?
Se ha instalado una enfermedad en este país. Estamos en estupor.
La gente se ha hecho a la idea de que la única solución son las casillas en 2020, en esencia porque eso es lo que le dicen cada vez con mayor frecuencia.
Y apenas unos días después de la acusación de violación, las noticias del momento dieron un giro a los debates demócratas y a la actuación de Trump en Asia.
Hay otras crisis, otras emergencias, otros traumas. Trump está librando una guerra en contra de los inmigrantes, en contra del medioambiente, y ha insinuado que está librando una guerra en contra de Irán.
¿Cómo comparar la historia de victimización de una mujer —o la de varias mujeres— a manos de Trump con un mundo que él mismo ha orillado al caos? ¿Acaso nuestra preocupación no debe reducirse en relación con nuestra preocupación por el resto de la humanidad? En una vida en la que la capacidad de indignación del ser humano es limitada y mengua, ¿no debemos concentrarnos en la ofensa más indignante?
Yo digo que esta acusación, si es verdad, es la ofensa más indignante. No la más letal o la que tendrá la mayor consecuencia para futuras generaciones, pero es sin duda la más reveladora sobre el carácter, el privilegio y el abuso de poder.
Este sería un acto de la violencia más íntima a manos de un hombre que ahora es presidente, cara a cara, no con la distancia anestesiada de una firma en una orden ejecutiva o alguna de las ofensas que grita en uno de sus mítines furibundos.
Este presidente actúa como si estuviera por encima de la ley, o como si él mismo fuera la ley. Miente, engaña e intimida. Es detestable, grosero y racista. Habla de las mujeres que le parecen atractivas como si fueran objetos que deben poseerse y de las mujeres que se atreven a desafiarlo como enemigos que deben ser destruidos.
La acusación de Carroll coincide con los comportamientos que ya se han establecido o afirmado. Estados Unidos se debe a sí mismo reflexionar a profundidad sobre este asunto, y tal vez escuchar un testimonio jurado sobre su veracidad.
O, por el contrario, Estados Unidos simplemente puede caminar dormido hasta las elecciones de 2020 con la esperanza de que el mundo siga intacto cuando abra los ojos.