Los líderes políticos modernos de cualquier parte del mundo se dieron a la tarea de revivir la frase del gobernante romano Julio César, que afirmaba “divide y vencerás” y que luego convirtió en “divide y reinarás” expuesta por el filósofo y político italiano Nicolás de Maquiavelo en el libro “El Príncipe”. El propósito es el mismo, el poder.
En días pasados, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la presentación de su campaña para ser reelegido, en Orlando, Florida, dejo claro que insistirá en el tema de dividir y para ello volvió a ondear las banderas antiinmigración bajo el lema ‘Mantengamos a América grande’ y para dar énfasis a esa aseveración comenzará a expulsar a millones de ilegales.
Aparte de ello Trump ha generado durante su mandato tensión con los otros líderes del mundo llamase Vladimir Putin (Rusia); Xi Jinping (China); Hasán Rohaní (Irán) o Kim Jong-un (Corea del Norte), lo que si bien le ha generado adeptos y recursos económicos porque no se puede desconocer que su espíritu belicista le generó divisas a su país.
Trump dentro de su maquiavélica filosofía se ha entretenido con otros minilíderes populistas como Nicolás Maduro (Venezuela), qué si bien no tiene poder militar, es el caradura que empobreció a su país, considerado la ‘Venecia sudamericana”, pero que se enloqueció con la cascada de dólares que le llovían por el petróleo y el oro que poseían y puso a sus conciudadanos a buscar comida en los potes de la basura y a morirse por falta de medicamentos.
Otros países sudamericanos como Argentina, Brasil, Perú y Colombia, por nombrar solo estos, se entregaron en bandeja de plata a los intereses de Estados Unidos porque la polarización política y la corrupción acabaron con todos los valores.
La frontera entre Colombia y Venezuela es un país independiente donde los grupos ilegales son los que gobiernan, mientras que las autoridades los dejan hacer de todo, con la esperanza que se maten entre ellos, mientras que la ciudadanía se ve impotente porque no sabe a quién acudir.