“Adoro a la gente con poca educación”. Esto declaró Donald Trump en febrero de 2016, después de una victoria decisiva en las primarias de Nevada. Y la gente con poca educación le corresponde la adoración: los blancos sin un título universitario en esencia son el único grupo en el que Trump tiene más del 50 por ciento de aprobación.
Sin embargo, en ese caso, ¿por qué Trump no ha estado dispuesto a hacer nada, y me refiero a nada en verdad, para ayudar a la gente que lo instaló en la Casa Blanca?
Los medios informativos suelen describir a Trump como un “populista” y lo clasifican dentro de un grupo conformado por políticos de otros países, como Viktor Orban de Hungría, quien también ha obtenido poder explotando el resentimiento de los blancos en contra de los inmigrantes y las élites mundiales. Y, en efecto, hay paralelos sólidos y aterradores: Orban ha convertido a Hungría en un Estado autoritario que conserva las formas de la democracia, pero amaña el sistema de tal modo que su partido tiene asegurado el poder de manera permanente.
Es alarmante la facilidad con que se puede visualizar a Estados Unidos recorriendo el mismo camino, y muy pronto: si Trump resulta reelecto el próximo año, podría ser el fin del experimento democrático estadounidense.
No obstante, el éxito de Orban ha dependido en cierta medida de que reparte aunque sea unas cuantas migajas entre su base. Hungría ha instituido un programa de empleos públicos en las zonas rurales; ha ofrecido alivio de deuda, almuerzos y libros de texto gratuitos, etcétera. Todo esto gracias, en parte, a un aumento significativo de los impuestos.
Es verdad, esos empleos públicos pagan salarios muy bajos, y Orban también ha practicado un capitalismo clientelista a gran escala, bajo el cual ha enriquecido a una nueva clase de oligarcas. Sin embargo, al menos hay una pizca de populismo verdadero en la mezcla, esto es, políticas que en realidad sí ofrecen algunos beneficios a los desprotegidos.
En 2016, en los actos de campaña, Trump sonaba como si pudiera ser un populista al estilo europeo, al mezclar el racismo con el apoyo a programas sociales que benefician a la gente blanca. Incluso prometió aumentar los impuestos a los ricos, él incluido.
Sin embargo, desde que asumió el cargo, no ha dejado de favorecer a los adinerados por sobre los miembros de la clase trabajadora, sin importar su color de piel. Su único gran éxito legislativo, el recorte tributario de 2017, fue una gran ayuda para las corporaciones y los dueños de los negocios; el puñado de migajas que le tocó a las familias de a pie fue tan miserable que la mayoría de la gente cree que no obtuvo absolutamente nada.