Paul Krugman
No hace mucho, los críticos políticos decían que Elizabeth Warren no tenía posibilidades de triunfar en la política, pero encuestas recientes la colocan como una contendiente cada vez más creíble, y su regreso le ha valido una repentina ola de cobertura mediática favorable.
¿Será realmente la candidata demócrata? De ser así, ¿ganará? No tengo ni idea y los demás tampoco.
Sin embargo, la estrategia política que impulsa su regreso es interesante. Además, me parece que a muchos observadores les falta una razón clave por la cual su estrategia parece estar funcionando: a saber, que su agenda es radical en cuanto al contenido e implicaciones, pero está bien fundamentada en evidencia y academia seria.
Por lo general, quienes aspiran a ser candidatos a la presidencia hacen campaña con base en una combinación de discurso personal y una retórica elevada que promueve extensos temas: “Soy un héroe de guerra/símbolo del sueño americano/desafío desde siempre a la clase dominante, y como presidente nos uniré/acabaré con la corrupción/combatiré el poder”.
Warren, en cambio, ha venido desplegando propuestas de políticas públicas sustantivas y detalladas (una gran cantidad de propuestas de políticas públicas sustantivas y detalladas). Los expertos tradicionales dicen que esto debería ser un elemento disuasorio, que los ojos de los electores solo se vidriarían ante la proliferación de papeles blancos.
No obstante, Warren ha logrado convertir la implacable sapiencia sobre políticas públicas en un aspecto definitorio de su personalidad política. Ahora sus seguidores aparecen en sus mítines con camisetas que proclaman: “¡Warren tiene un plan para eso!”. Y ella, según se dice, está logrando que el debate serio sobre políticas públicas se vuelva una forma de conectar con su audiencia.
En cierto sentido, el paralelo más cercano al fenómeno de Warren —si bien es uno que detesto esbozar— fue el ascenso temporal de Paul Ryan, expresidente de la Cámara de Representantes (¿lo recuerdan?). Al igual que Warren, Ryan se hizo a sí mismo cultivando una imagen de experto en políticas públicas.
Pero incluso si nos olvidamos del hecho de que la agenda básica de Ryan era quitarles a los pobres y darles a los ricos, él era un impostor, cuyas propuestas no eran congruentes ni atendían problemas reales. Warren, en cambio, es auténtica. No hay que apoyar los detalles específicos de sus planes para darse cuenta de que son producto del razonamiento arduo, que se inspira en el trabajo de investigadores económicos respetados.