Siempre ha habido una fórmula justa y simétrica para que Estados Unidos e Irán resuelvan la totalidad de sus diferencias: la completa normalización por la completa normalización. Donald Trump, quien puede que quiera –pero que probablemente no lleve a cabo– una guerra con la república islámica, debería proponerla, de manera pública y detallada y ver qué sucede.
Sería esclarecedor para todos.
¿Qué es la normalización? Del lado estadounidense, significaría la suspensión inmediata de todas las sanciones económicas y diplomáticas impuestas por este o anteriores gobiernos. Significaría tener una Embajada de Estados Unidos en Teherán y una iraní en Washington. Significaría vuelos directos entre ciudades iraníes y estadounidenses. Significaría comercio bilateral, inversiones directas y el fin de sanciones secundarias que castigan a empresas no estadounidenses por hacer negocios con Irán. Significaría que decenas de miles de estudiantes iraníes estén inscritos nuevamente en universidades estadounidenses y que decenas de miles de turistas estadounidenses exploren nuevamente los grandes bazares de las ciudades iraníes.
Al pueblo de Irán sin duda podría venirle bien ese acuerdo. Como Trump reimpuso sanciones el año pasado, las exportaciones iraníes de petróleo han caído más de la mitad, la inflación se ha disparado cerca del 40 por ciento y el rial ha perdido aproximadamente un 60 por ciento de su valor contra el dólar. Se espera que la economía de Irán se contraiga un seis por ciento este año. Según algunos cálculos, una tercera parte de todos los iraníes viven en la pobreza absoluta, no relativa, incapaces de costear los productos más básicos para vivir.
En cuanto a Irán, la normalización significaría comportarse como un país normal.
Un país normal, con las cuartas reservas petroleras probadas más grandes del mundo, uno en el que no sería necesario embarcarse en múltiples programas clandestinos para el enriquecimiento de uranio y la producción de plutonio. No se habría involucrado en un extenso trabajo experimental para descifrar cómo detonar una central nuclear fisible. No habría conservado una red ilegal para burlar las restricciones occidentales relativas a la venta de tecnologías de uso dual para sus programas de misiles.
Un país normal es uno que no llevaría a cabo masacres terroristas en Argentina. No buscaría asesinar (con la intermediación de un cártel mexicano del narcotráfico) al embajador saudita en un restaurante de Washington, D.C. No intentaría llevar a cabo un complot de asesinato en Dinamarca ni un ataque con bombas en Francia.