En lo que respecta a los prejuicios, a veces puede ser difícil identificar el antisemitismo, pero el jueves las páginas de opinión de la edición internacional de The New York Times contaron con un clásico ejemplo de lo que es.
Salvo que The Times no estaba explicando el antisemitismo; lo estaba suministrando.
Lo hizo en forma de una caricatura que se entregó al periódico mediante un servicio de noticias y contenido digital y se publicó directamente sobre una columna no relacionada de Tom Friedman, en la que un perro guía con una expresión de orgullo y el rostro de Benjamín Netanyahu guiaba a un Donald Trump gordo y ciego con gafas oscuras y una kipá negra. Para que no hubiera duda sobre la identidad del perro-hombre, llevaba un collar del que colgaba una Estrella de David.
Nos encontramos con una imagen que, en otra época, se habría publicado en las páginas de Der Stürmer. El judío en la forma de un perro. El pequeño pero astuto judío que dirige al tonto y confiado estadounidense. El odiado Trump siendo judaizado con una kipá. El sirviente de nombre que actúa como el verdadero patrón. La caricatura marcó tantas casillas antisemíticas que lo único que le faltó fue un signo de dólares.
La imagen también tenía un mensaje político evidente: a saber, que, en el gobierno de Trump, Estados Unidos va a donde Israel quiere que vaya. Esto es falso —hay que tener en cuenta la reacción horrorizada de Israel al anuncio de Trump del año pasado en el se proponía retirar a las fuerzas militares estadounidenses de Siria—, pero eso es irrelevante. Hay formas válidas de criticar el acercamiento de Trump con Israel, tanto en imágenes como en palabras, pero en esta caricatura no había ninguna.
Entonces, ¿qué estaba haciendo ahí en The Times?
Para algunos lectores de The Times —o, con frecuencia, para exlectores— la respuesta es clara: The Times tiene un viejo problema con los judíos que se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando enterró casi todas las noticias sobre el Holocausto, y que continúa en el presente en la forma de una cobertura de Israel intensamente contradictoria. La crítica se duplica tratándose de las páginas editoriales, cuya aproximación general al Estado judío tiende a ir, con algunas destacadas excepciones, de la decepción acompañada de un chasquido de dientes a la condena estruendosa.
Para estos lectores, la caricatura ha sido un desliz que revela un prejuicio institucional más profundo. Lo que se sospechaba desde hace tiempo queda, como mínimo, al descubierto.
La verdadera historia es un poco diferente, pero tampoco absuelve a The Times.