A raíz del colapso de la Unión Soviética, en 1991 inició en Cuba una de las peores etapas de su historia, denominado Período Especial. Como el 85% de su comercio dependía del bloque soviético, al suspenderse éste, se vio hambre, escasez y una contracción del 36% del PIB en dos años. Se calcula que los cubanos perdieron el 70% de su poder adquisitivo. Aparecieron los monstruos denominados camellos para el transporte público, aumentó la mortalidad infantil y materna, se desplomó la producción y el racionamiento de productos básicos se volvió feroz ante la escasez y el hambre.
Desde luego que los dirigentes cubanos culparon de todo al “bloqueo” norteamericano. Con una serie de reformas, el gobierno de Fidel Castro logró medio salir de la crisis, pero la tabla salvadora fue su vinculación con la Venezuela de Hugo Chávez.
Con el nuevo régimen amigo venezolano, los cubanos enviaron 40 mil colaboradores, entre médicos, enfermeras, maestros, entrenadores, militares y agentes de inteligencia, para recibir una renta anual y petróleo a precios preferenciales. Los intercambios se volvieron el 44% del comercio total cubano.
El colapso económico venezolano de nuevo ha colocado a Cuba en la antesala de un nuevo período especial. Su nuevo presidente Miguel Díaz Canel y el primer secretario del partido comunista, Raúl Castro (de casi 88 años de edad) han anunciado un nuevo período de escasez y penurias, echándole de todo la culpa a un nuevo bloqueo norteamericano.
Después de haber logrado normalizar las relaciones con Obama, los cubanos sometieron al nuevo personal diplomático norteamericano en la isla a una serie de ataques sónicos que produjeron su inmediato retiro. Muy hospitalarios no fueron los Castro. Y ahora Venezuela no les garantiza ni siquiera el apoyo moral, ante el prolongado aunque inevitable derrumbe de Nicolás Maduro.
El modelo cubano es uno anquilosado y dependiente de padrinos externos cada vez más escasos y difíciles de encontrar. A pesar de todas las medidas restrictivas en contra de su población, la influencia de los emigrados cubanos en Florida resulta ya imparable y el régimen cubano ya empieza a escuchar el redoble no tan lejano pero inexorable de su propia caída.