Existe una gran preocupación especialmente con los padres que tienen hijos con alguna discapacidad acerca de cuál es la mejor manera de lograr que se vuelvan autosuficientes pese a su condición física, intelectual, mental o sensorial que pudieran tener, sin traumarlos ni sobreprotegerlos.
Sin darnos cuenta, estamos formando generaciones vulnerables, ya que no soportan la presión y deciden tomar el camino fácil, motivo por el cual existe incremento en conductas de riesgo, mayores desilusiones y depresión, así como la reprobación y deserción escolar, sentimientos de inferioridad, conductas desafiantes, conductas sexuales irresponsables, uso y abuso de sustancias, trastornos de ansiedad, pensamientos o intentos suicidas; en fin, conductas que efectivamente siempre se han visto, pero que últimamente han aumentado de una forma exponencial y que realmente todo ello habla de cómo se encuentra su dinámica familiar, ya que los hijos en este caso únicamente son el foco rojo que indica que hay problemas dentro del núcleo familiar (la pareja) y es cuando debemos poner manos a la obra de manera urgente.
A lo largo del tiempo, el frustrar únicamente se había entendido como el privar a alguien de lo que esperaba lograr o como algo inconcluso que no pudo realizar, pero, como todo, también existe el lado positivo de la frustración, ya que es necesaria para su desarrollo y mantener el equilibrio entre el placer y la diversión, contribuyendo así a su aprendizaje y a la aceptación tanto de su personas como de sus limitantes, que lejos de hacerlos débiles y vulnerables, los ayuda a saber enfrentarlas y no a evitarlas, tomando así lo mejor de las situaciones y seguir adelante.
Finalmente, no nos percatamos de que ponemos toda nuestra energía en lograr la felicidad de los hijos, pero ¿dónde quedan cómo padres y cómo pareja?. Realmente ¿se están dando tiempo de calidad y se están disfrutando? o ¿simplemente se ha convertido en una obligación y en algo que “tienen que hacer por ellos”?
Así que una de las mejores herramientas resulta ser el saber distinguir entre una necesidad y un deseo y educar en base a la negociación, la frustración y el desapego emocional.