La inteligencia artificial es una realidad, no en el futuro, sino hoy. Cada día se abrirá paso en el mundo de la economía, en la técnica, en casi todo proceso productivo, y también en la vigilancia de los gobiernos hacia sus ciudadanos.
Vista con temor al constituir toda una revolución industrial, la automatización o la mecanización ya está desplazando fuentes de trabajo, eliminando la mano del hombre y provocando desempleo, marginación y soledad. No sólo se da en los procesos productivos, también en la salud, las comunicaciones, los transportes y hasta la milicia. Muy pronto ya no serán necesarias varias profesiones y actividades humanas, al poder ser reemplazadas por máquinas que harán el trabajo sin fallas y gratis.
Pero estas posibilidades también se están dando en actividades de vigilancia, rastreo y control de actividades que los gobiernos consideran nocivas. De hecho, en China, por ejemplo, el gobierno invierte enormes cantidades de dinero en la investigación, diseño y configuración de sistemas que monitorean rostros vía teléfonos móviles propiedad de los ciudadanos, y sin que éstos se enteren. Así los gobiernos potencian su control sobre la sociedad.
Ya es una realidad que vía circuitos cerrados, o de cámaras instaladas en la vía pública o de programas que se introducen subrepticiamente en los móviles de las personas, se monitorea no sólo las actividades, sino las comunicaciones, los contactos, las familias, las opiniones, los antecedentes, los registros educativos, sanitarios, antecedentes delictivos, de cada vez más personas, con lo que se facilita su control, segregación o eliminación.
Esto no sólo ocurre en China. Este país ya ha hecho disponibles algunos de estos programas a gobiernos como el de Irán o el de Venezuela, entre otros varios, que no se caracterizan ni por su democracia ni por su respeto a la oposición o los derechos humanos.
Estas herramientas en manos de gobiernos autoritarios han resultado muy eficaces para mantenerse en el poder. Hasta en estas cosas hay que mirar al futuro.