Bret Stephen
Ya pasó casi un año desde que Donald Trump tomó la decisión de retirarse del acuerdo nuclear con Irán, provocando fuertes críticas de que esa decisión solo traería infortunios para Estados Unidos y sus intereses en el Medio Oriente.
Hasta ahora, el resultado ha sido más bien lo contrario.
Eso quedó muy claro gracias al excelente reportaje que hizo esta semana Ben Hubbard de The Times. “La crisis financiera de Irán, exacerbada por las sanciones de Estados Unidos”, escribe desde Líbano, “al parecer está debilitando su apoyo a grupos militantes y aliados políticos que apuntalan la influencia de Irán en Irak, Siria, Líbano y otros lugares”.
Pues bendito sea Dios. Cuando el gobierno de Obama negoció el acuerdo nuclear, el presidente reconoció que la reducción de las sanciones para Teherán inevitablemente significaría más dinero para grupos como Hezbolá. Pero también insistió en que no habría mucha diferencia en términos de la capacidad que tiene Irán para hacer daño en Medio Oriente.
El reportaje de Hubbard indica lo contrario. Irán ya no puede financiar los proyectos civiles ni las líneas de crédito de Siria. No les están pagando a los combatientes de Hezbolá ni a los militantes palestinos, y sus familias están perdiendo sus viviendas subsidiadas, Incluso el dirigente de Hezbolá, Hasán Nasrala, se ha quejado públicamente sobre los efectos de las sanciones de Estados Unidos.
Esas tampoco son las únicas ventajas de haberse retirado. Estados Unidos ya no está ignorando las actividades delictivas de Hezbolá, que incluyen el tráfico de drogas y el lavado de dinero, de la forma en que lo hizo durante el gobierno de Obama a fin de dialogar diplomáticamente con Irán. El movimiento de protesta de Irán, sofocado en 2009, ha dado señales de estar reactivándose, sobre todo por el enojo del pueblo debido a que el régimen gaste el dinero en empresas en el exterior mientras que las condiciones económicas empeoran en el país.
Lo más importante es que Irán no ha aprovechado el retiro de Estados Unidos del acuerdo para reiniciar sus programas nucleares, pese a sus amenazas de hacerlo. Parte de esto tiene que ver con la creencia de Teherán de que puede esperar a que salga Trump, en especial debido a que demócratas como Elizabeth Warren y Kamala Harris han prometido volver a entrar al acuerdo si resultan electas.
Sin embargo, también indica que Teherán está al borde del miedo en sus valoraciones. Si decide hacerlo, Estados Unidos todavía puede causar mucho más daño a la República Islámica.
¿Cómo? Mark Dubowitz de la Fundación para la Defensa de las Democracias me dijo esta semana que el nivel de las sanciones ahora está en aproximadamente seis. Haciendo referencia a Nigel Tufnel del grupo Spinal Tap, dice que “Tenemos que subirlo a once”.
Irán aún exporta un millón de barriles de petróleo al día; el gobierno podría reducir esa cifra a cero al negarse a extender una suspensión de las sanciones. El Departamento de Estado también podría declarar a la Guardia Revolucionaria Islámica una organización terrorista extranjera, al igual que Al Qaeda o el Estado Islámico. Según Dubowitz, esa declaración “haría que toda la economía iraní fuera radioactiva” para la inversión extranjera, puesto que la Guardia Revolucionaria Islámica tiene gran participación en muchas empresas iraníes.
Incluso con esto, Dubowitz apenas está entrando en materia. ¿Congelar las reservas de divisas de Irán? Es factible. ¿Desenmascarar la inmensa riqueza del líder supremo Alí Jamení y sancionar a las empresas que controlan él y otros dirigentes del régimen? Lo mismo. ¿Impulsar litigios contra empresas que todavía hacen negocios con Irán para recuperar miles de millones de dólares en sentencias excepcionales por terrorismo contra el país? Eso también.
El objetivo no es castigar a Irán solo por castigarlo, sino crear una presión para lograr un mejor acuerdo nuclear. En mayo, Mike Pompeo estableció una serie de parámetros para llegar a un acuerdo, incluyendo el “acceso irrestricto” a los inspectores nucleares de Naciones Unidas, la suspensión permanente del enriquecimiento de uranio y el reprocesamiento de plutonio, el fin del programa de misiles balísticos, el retiro de sus fuerzas de Siria, y la liberación de los ciudadanos estadounidenses que están en sus cárceles.
La mayor parte del sistema de política exterior de Washington ha descartado las demandas de Pompeo ya sea por absurdas o por insensatas. Pero dice que ninguna parte de la degradación de las expectativas diplomáticas —de lo que tenemos derecho a esperar y de lo que creemos que podemos lograr— debe ser controvertida.
Los países no nucleares que patrocinan el terrorismo y suscriben las ideologías milenarias nunca jamás deben tener acceso a ninguna parte del ciclo del combustible nuclear. Cualquier gobierno de Estados Unidos que renuncie a la responsabilidad de hacer todo lo posible para evitar eficazmente ese acceso también rechaza la posición de Estados Unidos como superpotencia.
El producto interno bruto de Irán equivale aproximadamente al del Gran Boston, con una población diecisiete veces más grande. Tal vez el régimen sea una fuerza que hay que tener en consideración en Medio Oriente. Sin embargo, difícilmente es un gigante en el escenario mundial, inmune a cualquier forma de presión económica que no implique un ataque militar.
El gobierno de Trump ha tenido éxito en aumentar drásticamente los costos a Irán por su conducta ominosa, sin que haya costos para Estados Unidos ni para sus aliados. Esa es la definición de un logro en política exterior. Es momento de volver a aumentar la presión. Cuanto más tiempo pasen los combatientes de Hezbolá sin recibir su sueldo, o el régimen de Bashar Al Asad sin obtener ayuda, la gente de Medio Oriente estará en mejores condiciones.
The New York Times