Durante los últimos tres años, desde el brexit, la llegada de Trump al poder y el aumento general de fuerzas de dudosa reputación en la política occidental, la élite ha tenido un pánico en constante ebullición acerca del poder de los radicales paranoicos, la incorporación de teorías de conspiración, la influencia de las noticias falsas y el peligro de las realidades alternativas.
Y sin embargo, durante este mismo periodo, un buen número de opositores a Donald Trump —una mezcla de periodistas serios, presentadores de televisión por cable, personalidades de la cultura pop, antiguos funcionarios gubernamentales, activistas profesionales y políticos— se ha dedicado a lo que parece ser exactamente el tipo de realidad alternativa acompañada de conspiraciones que creían estar combatiendo.
Con la conclusión de la investigación de Robert Mueller de que aparentemente “no hubo confabulación”, ahora habrá un repliegue de esta realidad alternativa hacia un terreno más defensivo, el terreno donde Trump es una figura sórdida que admira a los tiranos y se rodeó de gente mediocre y delincuentes de poca monta mientras su campaña era impulsada por un hackeo a su rival de parte de una potencia extranjera.
Todo esto sigue siendo cierto, de la misma forma en que alguna vez la conexión entre las armas de destrucción masiva y Al Qaeda resultaron ilusorias, Sadam Husein era todavía un malvado dictador cuyo reinado merecía terminar. Pero como con la guerra de Irak, lo que se ha vendido, y a menudo creído fervientemente, acerca del caso ruso ha sido algo mucho más arrollador: una historia sobre colaboración activa y traición tácita y el sometimiento de la legislación estadounidense a los propósitos de Vladimir Putin, una historia donde el rastro del material comprometedor y la confabulación supuestamente se remontaba a décadas atrás, una historia que debería terminar con enjuiciamientos para el círculo cercano a Trump, si no es que con el encarcelamiento del presidente mismo.
Estoy haciendo alusión al paralelismo con el debate sobre Irak que hizo Matt Taibbi, el lanzallamas y periodista de investigación de izquierda, cuya iracunda denuncia este fin de semana de la cobertura de Rusia en los medios manifestó que como “un fracaso meramente periodístico… las armas de destrucción masiva fueron una tontería en comparación con el Russiagate”.
Al igual que muchas de las afirmaciones de Taibbi a lo largo de los años, parece que esta es exagerada. En efecto, las formas más extremas de la narrativa de la confabulación siempre fueron muy poco probables, pero la combinación de un delito real de Rusia y muchas mentiras y comportamientos que indican culpabilidad por parte de Trump y sus simpatizantes hicieron que fuera inevitable y razonable cierta especulación.