El informe de Mueller ya está listo… y llegó sin pena ni gloria. Según una síntesis de los hallazgos divulgada por el fiscal general William Barr, la prolongada investigación del fiscal especial Robert Mueller, que le llevó casi dos años, no reveló ninguna prueba de que haya existido algún tipo de conspiración entre Donald Trump, sus asociados y Rusia. El informe parece respaldar el mantra de Trump: no hubo colusión. Sin duda, Trump utilizará estos hallazgos como una estaca en contra de cualquier otra investigación que se realice en el futuro, independientemente de sus virtudes.
Sin embargo, el informe no exoneró a Trump del cargo de obstrucción de la justicia. Me parece que todos atestiguamos cómo Trump obstruyó la justicia a plena vista, desde la Casa Blanca y en las redes sociales.
Además, mientras Trump libró durante dos años una batalla de calumnias y desinformación con el objetivo de desacreditar la investigación de Mueller, la mayoría de la dirigencia demócrata no hizo nada para demostrar que debía rendir cuentas, incluso sin el informe. Por el contrario, pusieron demasiados huevos en la canasta de Mueller y así le dieron a Trump la opción de mover los postes de la portería. De hecho, ahora están permanentemente sobre ruedas.
Hoy, como siempre, el mejor argumento en contra de Trump y la era del trumpismo es de índole moral. La conducta criminal es tan solo una faceta de ese argumento, si bien aquella que los tribunales y el Congreso pueden citar como fundamento para imponerle algún castigo.
En cuanto a los ciudadanos, los electores, no pueden ignorar la afrenta moral de tener un presidente racista, sexista y tránsfobo que odia a los musulmanes, encierra a niños en jaulas y separa familias. Es la única forma de superar el obstáculo de Trump en 2020.
El informe de Mueller es una buena advertencia. No existen las balas mágicas, ningún hecho tiene efectos devastadores y no hay sucesos cruciales que puedan desbaratar las acciones de Trump. El trumpismo no se limita a Trump; más bien, es una nueva encarnación de la ansiedad característica de la raza blanca estadounidense, manifestada cada vez con mayor frecuencia, por defender su primacía y sus privilegios y evitar cualquier desplazamiento.
Los símbolos del trumpismo —las gorras con el lema “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo” y el muro, entre otros— ya no son meros objetos físicos. Desde hace algún tiempo transcendieron su significado y propósito originales y se han convertido en emblemas. Ahora forman parte de la nueva iconografía de la supremacía blanca, la actitud desafiante de los blancos nacionalistas y la defensa cultural de la raza blanca.