Roger Cohen

En primer lugar, esta es la buena noticia sobre el brexit. El Compromiso Malthouse se acabó. El Reino Unido ha firmado un acuerdo de libre comercio posterior al brexit con Fiyi y Papúa Nueva Guinea. La fastidiosa frase “voto significativo” ha perdido todo su significado. A la primera ministra Theresa May, quien se parece cada vez más a uno de esos personajes que nunca mueren en una serie de televisión, se le está terminando el tiempo para reaparecer con su supuesto “acuerdo”.

La mala noticia es que apenas estamos en el cuarto acto, si acaso. Este desastre británico sigue vigente.

A dos semanas de la fecha límite del 29 de marzo para que el Reino Unido salga de la Unión Europea, hay todo un caos. Esto es lo que sucede cuando los chicos de las escuelas públicas británicas, nostálgicos del imperio, sueñan con un plan para revivir la gloria británica basado en trasladar cada una de las frustraciones de los nacionalistas a sus vecinos del otro lado del canal que iniciaron o perdieron la guerra.

La fantasía es la madre de la ruina. Jon Snow, el conductor del Canal 4, perdió los estribos con el secretario de salud Matt Hancock cuando este intentó expresar cierta esperanza piadosa. Snow declaró que el Reino Unido está “hecho pedazos”. Afirmó que “nadie en este país sabe lo que está sucediendo”, y que Hancock no sabía “nada”.

Su veredicto sobre el Reino Unido después de una semana de debate parlamentario que algo avanzó en señalar lo que no quiere el Reino Unido, pero no proporcionó ninguna idea sobre lo que sí quiere: “Somos el hazmerreír”.

Las votaciones para el brexit en 2016 fueron una fantasía, un caso de lo que en la psicoterapia se conoce como transferencia. Alguien que se identificó como un burócrata de Bruselas, un conspirador anónimo con la intención de entrampar al Reino Unido en sus reglas del continente, se convirtió en el imprudente extranjero sobre el cual se transfirió cualquier molestia, desde la espera para recibir la ayuda del Servicio Nacional de Salud hasta todos los niños polacos de la escuela local. Las mentiras nutrieron este proceso. El resultado fue un daño autoinflingido.

Todos los debates parlamentarios se han reducido a un intento de convertir en realidad la fantasía, de reconciliar un plebiscito con la democracia parlamentaria (lo que es el Reino Unido) y de alguna manera esconder el desastre que es el brexit en el fondo de un cajón. El resultado era previsible: ni 650 miembros del Parlamento pueden resolver la cuadratura del círculo.

El Parlamento sí rechazó un brexit sin acuerdo, la solución que llevaba al precipicio, que anticipaba el caos en Dover; todos los británicos con sus departamentos en Provenza, la Costa Brava y la Toscana arrojados al limbo y obligados a irse a la fila de “otros pasaportes” en las fronteras europeas; y la ruptura de las cadenas de suministro multinacionales de las cuales depende la industria británica.

También votó para posponer la salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido hasta después del 29 de marzo.

Sin embargo, ninguna de estas votaciones es “significativa”, si significativa quiere decir que obtendrá los resultados que esperan.

May volverá a aparecer en el Parlamento la próxima semana para intentar por tercera ocasión que se apruebe su “acuerdo” (en realidad una chapuza para posponer todas las decisiones importantes). Utilizará advertencias alarmantes para intentar convencer a los conservadores de línea dura y al Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte. En resumen, dirá: pueden aceptar mi acuerdo o una ampliación prolongada para después del 29 de marzo. Y una ampliación prolongada bien podría significar que no habrá brexit.

Desde luego, el voto estará más reñido cuando los fanáticos extremistas a favor del brexit dentro de su Partido Conservador, que no desean ningún acuerdo con la Unión Europea, se den cuenta de que su locura podría terminar provocando que el Reino Unido se quede en el bloque. No obstante, es más probable que un acuerdo que no fue aprobado dos veces, se vuelva a rechazar una tercera vez, a menos que May pruebe esta táctica desesperada: “Voten por el acuerdo y yo renuncio el 30 de marzo”. No lo hará.

Si su acuerdo finalmente tiene una muerte irrevocable, May tendrá que negociar una prórroga con la Unión Europea. La Unión querrá saber para qué es la prórroga de después del 29 de marzo. Probablemente preferirá una prórroga prolongada ya que probablemente una breve sería inútil, puesto que casi tres años de negociaciones solo han llevado al caos.

En lo personal, creo que una prórroga indefinida podría ser la solución que se esconde en el fondo del cajón. De esa forma, el Reino Unido podría permanecer en la Unión Europea para siempre al tiempo que expresa que se quiere salir. El brexit podría ser el Godot del Reino Unido. Todos estarían contentos.

Eso no sucederá en esta época tan rígida. Sin embargo, creo que se otorgará una prórroga prolongada para que no se amañe. Si no es así, vuelve a ser inminente un brexit sin acuerdo (de hecho, de todas maneras, puede ser un resultado posible al final de cualquier prórroga prolongada).

Cuando toda esta confusión termine el 29 de marzo (ahora muchos británicos preferirían una ejecución sumaria a hablar más sobre el brexit), cualquier cosa puede suceder. Tal vez el Reino Unido se encuentre participando en mayo en las elecciones del Parlamento Europeo, un ejercicio surrealista. En junio se habrán cumplido tres años desde las votaciones para el brexit. Las encuestas indican que las opiniones han cambiado a favor de permanecer en la Unión. No me imagino una prórroga prolongada sin unas elecciones generales o un segundo referendo: este tendrá que volver a escuchar al pueblo.

Les dije que estamos en el cuarto acto, si acaso. Ah, sí, el Compromiso Malthouse: no hay de qué preocuparse, querido lector. Fue una fantasía. Lo que es verdad es que el Reino Unido está mejor con más de 500 millones de otras personas en el milagro europeo de libre tránsito que es la Unión Europea.