La reciente reunión en Saigón entre el presidente Donald Trump y el dirigente de Corea del Norte Kim Jong Un no sólo terminó sin acuerdo, o resultó en un sonado fracaso, sino que ha puesto en entredicho el papel de Trump como líder delos Estados Unidos, dentro y fuera del país.
Diversos sectores norteamericanos favorecidos con la llegada de Trump a la presidencia, como el muy poderoso stablishment militar, se opusieron y desaconsejaron incluso la celebración de la reunión, toda vez que Kim no garantizaba la desnuclearización de su país ni la renuncia a continuar sus pruebas misilísticas. Pese a ello, Trump acudió a la cita, la publicitó todo lo que pudo y se quedó con las manos vacías.
Fue el mismo stablishment militar quien difundió información clasificada, con fotografías detalladas de satélites espías, respecto de la reconstrucción de una base de lanzamiento de cohetes norcoreana, supuestamente para colocar satélites, tomadas en las últimas semanas. Con ello, los militares muestran las evidencias de que Kim está muy lejano de intentar siquiera desmantelar sus instalaciones.
Todo esto ha hecho quedar a Trump como un tonto, un líder poco confiable lo que, aunado a las declaraciones de Michael Cohen ante el Congreso de su país, lo colocan en una situación de pérdida de liderazgo y de credibilidad.
Corea del Norte, un país minúsculo, con un PIB de los más bajos del mundo, con un régimen rufianesco, como lo suelen ser los comunistas, ha hecho quedar muy mal al mayor liderazgo mundial hasta hoy, no el de Trump, sino el norteamericano. El saldo en muy poco tiempo es consistente: pérdida de liderazgo internacional. Algo que los militares y un pesado e influyente sector político de ese país no está dispuesto a seguir tolerando.
Algo bastante más espectacular que lo logrado en el aspecto económico doméstico, necesita Trump para validarse y no perder las elecciones del próximo año. En Venezuela tiene la gran oportunidad, aunque es de justicia decir que Trump está uy lejos de la estatura de su predecesor Ronald Reagan.