Ofra Mazor, de 62 años, había estado buscando a su hermana, Varda, durante 30 años cuando en 2017 envió sus muestras de ADN a la empresa israelí de genealogía MyHeritage. Su madre, Yochevet, que ya murió, dijo que solo pudo amamantar a la hermana de Ofra una vez después de parirla en un hospital israelí en 1950. Las enfermeras le dijeron que su recién nacida había muerto. La madre de Mazor no les creyó a las enfermeras y le pidió a su esposo que exigiera que le devolvieran a la bebé. Jamás lo hicieron.
Algunos meses después de enviar su ADN, Mazor recibió la llamada que había estado esperando: habían encontrado una coincidencia. En enero pasado, las hermanas se reunieron. Varda Fuchs había sido adoptada por una pareja judía-alemana en Israel. Le dijeron desde que era pequeña que era adoptada. Las hermanas son parte de una comunidad de israelíes de ascendencia yemení que durante décadas han estado buscando respuestas sobre sus parientes desaparecidos.
Conocido como el “fenómeno de los niños yemeníes”, hay más de mil casos oficiales reportados de bebés e infantes desaparecidos, pero algunos cálculos de defensores señalan que llegan hasta los 4.500. Sus familias creen que los bebés fueron secuestrados por las autoridades israelíes en la década de 1950 y fueron puestos en adopción para familias askenazíes, judíos de ascendencia europea. Los niños desaparecidos provenían en su mayoría de los yemeníes y otras comunidades “mizrajíes”, un término general para los judíos del norte de África y el Medio Oriente. Mientras que el gobierno israelí está tratando de ser más transparente respecto de las desapariciones, hasta este momento, niega que hubiera secuestros sistemáticos.
“Estaba segura de que era yemení”, dijo Fuchs, de 68 años. “Lo sentía”. Mazor dijo que encontrar a su hermana fue como cerrar un ciclo. “De niñas ambas sabíamos que algo nos faltaba”, comentó.
“Fue un sentimiento como: ‘Ahora puedes seguir adelante en nombre de nuestra madre’. Ella sabe que encontré a Varda”.
— Ofra Mazor
Después de la fundación del país en 1948, los nuevos inmigrantes en Israel fueron colocados en campamentos de tránsito, en condiciones terribles; eran conglomeraciones de campamentos operadas por el Estado debido a la escasez de viviendas. Cientos de testimonios de familias que vivían en los campamentos fueron inquietantemente similares: a las mujeres que dieron a luz en hospitales saturados o que llevaron a sus hijos al médico les dijeron que sus hijos habían muerto repentinamente. Los testimonios de algunas familias señalaron que les dijeron que dejaran a sus hijos en guarderías, y cuando sus padres regresaban a recogerlos, les decían que los habían llevado al hospital; jamás volvían a verlos. A las familias jamás les mostraban los cuerpos ni las tumbas. Muchos jamás recibieron certificados de muerte.