David D. Kirkpatrick
Desesperados por atravesar las líneas enemigas, las fuerzas respaldadas por Arabia Saudita que combaten en Yemen están enviando soldados sin entrenamiento a despejar campos minados, a veces usando solo sus bayonetas.
“Quité dos y la tercera explotó”, dijo Sultan Hamad, un soldado yemení de 39 años que perdió una pierna despejando minas en la línea de combate cerca de Marib, una antigua ciudad en la zona central de Yemen. Fue uno de más de media docena de soldados que esperaban en una clínica en Marib para que les pusieran prótesis en alguna extremidad.
Casi cuatro años después de que Arabia Saudita entró a la guerra civil de Yemen, los comandantes sauditas y yemeníes dicen que las cientos de miles de minas terrestres camufladas que fueron plantadas por sus rivales, los hutíes, quizá han resultado ser su defensa más poderosa.
Según los comandantes, los explosivos ocultos han ayudado a mantener casi paralizado el conflicto a pesar del poder aéreo superior y otros recursos de la coalición dirigida por los sauditas.
Las minas también han asesinado a 920 civiles y herido a miles, de acuerdo con expertos en remoción de minas. Los grupos defensores de derechos y otros observadores dicen que Yemen quedará con zonas llenas de explosivos sepultados que podrían asesinar o mutilar a civiles desprevenidos antes de que todos los dispositivos puedan eliminarse, como ha pasado en Afganistán, Colombia y Camboya.
“Es un problema enorme y el impacto es terrible”, comentó Loren Persi Vicentic de Landmine Monitor, una organización independiente sin fines de lucro. “En los informes de víctimas, la mayoría son civiles”.
Una empresa de remoción de minas contratada por los sauditas calcula que los hutíes han colocado más de un millón de minas, más de una por cada 30 yemeníes, una concentración alta que no se ha visto en ningún otro país desde la Segunda Guerra Mundial.
En cuclillas tras un muro bajo de piedra al borde de la cresta de una montaña en el distrito de Nehim una tarde nublada hace poco, el general de brigada Mohsen al Khabi casi podía vislumbrar las luces distantes de Saná, la capital controlada por los hutíes, a tan solo 37 kilómetros.