Entendemos por locura, a la acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva y temeraria. Y es por ello, que de alguna manera hay que tener un poco de ella para ser torero, ya que para nosotros los que no lo somos, nos resulta un poco complicado entender los motivos que llevan a estos héroes a jugarse la vida en cada tarde de toros.
Sin embargo, esta locura fue más allá en la vida del diestro nacido en Sestao, Diego Mazquiarán “Fortuna”, al grado de llevarlo a la tumba, inmerso en el más profundo olvido. Su trayectoria fue de algún modo breve pero intensa entre los años de 1917 y 1921. Considerado uno de los referentes de la tauromaquia de esa época junto con “Gallito” y Belmonte. Hábil en el uso de la espada y la ejecución de la estocada. Joven con una fuerte vocación inédita por la tauromaquia, y al viajar a Sevilla, conoce a la familia de “Los Gallo”, legendaria familia de toreros gitanos, de los cuáles recibió ayuda tanto económica como fraterna para poder conocer las técnicas y misterios de la tauromaquia.
Desde sus inicios como “Maletilla”, comenzó a padecer de algunos trastornos mentales que fueron interpretados como “ataques de nerviosismo”, los cuáles complicaban su desempeño como torero, así como sus relaciones sociales, viéndose vinculado en hechos violentos producto de este padecimiento. “Fortuna” fue parte del cartel de inauguración de Las Ventas de Madrid el 17 de junio de 1931. Sin embargo, es más recordado por una anécdota sucedida un 23 de enero de 1928 donde dio muerte a un toro, separado de una vacada de ganado bravo, en plena Gran Vía de Madrid. El astado llegó al casco urbano de la ciudad desatando el pánico entre los transeúntes e hiriendo a algunos a su paso. Por suerte Mazquiarán estaba cerca y procedió a torearlo con su abrigo para posteriormente liquidarlo de una media certera y de paso apuntillarlo. Por esta insólita gesta fue condecorado con la Cruz de la Beneficencia, sin embargo, su padecimiento mental seguía avanzando sin que el diestro pudiera hacer algo para frenarlo.
Tras el paso del tiempo y sin contratos, decide viajar a Lima logrando torear en Acho en 1936. Tiempo después, decide internarse en el Hospital Larco Herrera para fallecer en 1940 bajo una completa pobreza y abandono, y con sus facultades mentales completamente mermadas.