Ver el espectáculo de Trump desde la distancia, lo cual pude hacer gracias a mi breve permiso para ausentarme, ha sido como ver hormigas en un frenesí. Es hipnótico, en parte debido a que parece carecer de significado. No pierdan de vista el balón, dice el adagio. ¿Pero qué tal si la pelota es una mancha borrosa?
Cuando Trump estaba en los negocios, su truco era no pagarles a los contratistas. Si se le confrontaba, intentaba algo grandilocuente y salía hecho una furia de las reuniones, como hizo el otro día con los líderes del Congreso, poniendo fin a las conversaciones sobre el cierre parcial de Gobierno ocasionado por una crisis que él ha fabricado. Ahora su truco está dejando sin pago a todos los estadounidenses. La técnica es la misma: mantener la realidad a distancia mediante una farsa hiperactiva.
Me he quedado fascinado por la compulsión de Trump. Al igual que las aves que se dan un festín con carne aplastada en medio de la carretera, no puede evitarlo. Como los viajeros asolados con la glotonería por reflejo en las salas de espera de los aeropuertos, no puede evitarlo. Como el niño que hace berrinche porque se le niega un video, no puede evitarlo.
Como el perro que regresa a su vómito, no puede evitarlo. Como una marioneta manipulada por hilos, no puede evitarlo. Como el escorpión que pica a la rana que lo lleva del otro lado del río, no puede evitarlo. Es su naturaleza, saben.
Una crisis fabricada, afirmo. Vale la pena recordar a los 5 mil 200 soldados que ordenó desplegar en la frontera sur antes de las elecciones intermedias para enfrentar a la “caravana de migrantes”. Este fue un ejercicio de ilusión manipuladora.
Los cruces mensuales en la frontera sur han disminuido en años recientes. El número de migrantes arrestados también ha disminuido en la última década, con un reciente repunte. No hay una crisis humanitaria, así como no se ha construido un solo kilómetro adicional de muro desde que Trump es presidente. Sin embargo, sin considerar este ruido, ¿qué ofrece la realidad al presidente? Robert Mueller, Nancy Pelosi y Michael Cohen, los fantasmas de su insomnio.
The New York Times Syndicate